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Fernando Macías Pinargote | E-mail: [email protected]
Desafíos del desarrollo

Existe, cuando somos jóvenes e incluso cuando entramos a la madurez, una fase en que actuamos con una gran dosis de impulso emocional. Esa fase es la antesala de lo que viene después: la etapa razonable, en la que las emociones dan paso a las conclusiones mesuradas.

Jueves 25 Octubre 2007 | 21:25

En las aulas escolares teníamos un amigo muy calculador. Las pocas veces que hablaba lo hacía bien y era él que –casi siempre- ponía el dedo sobre la llaga. Sus opiniones eran muy aceptadas. Pronto descubrimos su secreto: dejaba hablar a los demás y aprovechaba de ellos lo mejor de sus discursos. Mi amigo era muy cauto y seguramente nunca –o casi nunca- se dejaba arrastrar por las primeras impresiones. Recuerdo esta anécdota a propósito de que a los ecuatorianos nos cuesta ponderar las ideas ajenas y sacar de ellas decisiones ecuánimes. Más bien somos desesperados y vamos por la vida copiando modelos políticos y sociales, emulando artistas, clonando situaciones espectaculares y/o notorias. Así, por ejemplo, copiamos de algunos países desarrollados sus ritmos musicales, sus modas de vestir, nos convertimos en los mejores consumidores de sus tecnologías y de sus revoluciones más ortodoxas. Pero esos países, con todas sus malas cosas, tienen también cosas buenas, como su apego a la puntualidad, que nosotros nunca imitamos. Y cuánto tiempo y dinero perdemos por impuntuales. En la década del setenta llegó a nuestro país la llamada revolución de la agricultura, que consistía en mejorar la producción mundial utilizando ciertas técnicas de cultivo y el uso masivo de elementos químicos como herbicidas y pesticidas. Ese malhadado plan fracasó porque contaminó campos y organismos. La mayoría de países desarrollados lo desecharon para acogerse al sello verde de la agricultura orgánica, mientras nosotros y otros países pobres seguimos importando cantidades insospechadas de químicos, algunos de ellos usados como armas letales en las guerras, con los cuales asolamos nuestros campos y metemos venenos a los estómagos de nuestros habitantes. Por imitar todo y quedarnos con lo malo de esa imitación, tenemos décadas de atraso en desarrollo de agricultura orgánica, décadas de atraso en planificación corporativa de la agricultura, carecemos de un sistema óptimo de seguridad alimentaria y tenemos los peores rendimientos de productividad y altos niveles de contaminación de recursos naturales. En definitiva padecemos los mismos males de otros lados del mundo, pero sin haber saboreado algo de lo bueno que dejó cada uno de los inventos y movimientos que importamos. Bien valdría la pena recordar al amigo que mencioné al principio y sopesar cada propuesta de desarrollo con sus ventajas y riesgos antes de embarcarnos en cualquier aventura imprevisible.
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