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Ceniza
Ceniza
Por: Keyla Alarcón
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Miércoles 26 Febrero 2020 | 11:10

Qué cómodo resulta aferrarse a un conjunto de creencias que dan la norma para trabajar, vivir y expiar los pecados y, por ende, encontrar así sentido a la vida; qué fácil es dejarse llevar por un orden establecido que, bajo las normas sociales diversas permite convivir sin mayor escándalo, con perfil bajo, sin contrariar ni ser molestado; qué fácil resulta gastar la existencia siendo uno más de los tantos que no se atrevió a más; y, qué difícil, en virtud de esa conveniencia, cuya tradición puede venir marcada desde hace varias generaciones, adentrarse en el mundo de lo desconocido, de lo incierto.

 Qué cómodo resulta aferrarse a un conjunto de creencias que dan la norma para trabajar, vivir y expiar los pecados y, por ende, encontrar así sentido a la vida; qué fácil es dejarse llevar por un orden establecido que, bajo las normas sociales diversas permite convivir sin mayor escándalo, con perfil bajo, sin contrariar ni ser molestado; qué fácil resulta gastar la existencia siendo uno más de los tantos que no se atrevió a más; y, qué difícil, en virtud de esa conveniencia, cuya tradición puede venir marcada desde hace varias generaciones,  adentrarse en el mundo de lo desconocido, de lo incierto.

Sobre todo cuando se es dueño de la única verdad, de la única razón, que se conoce, de aquella sobre la cual se asienta la seguridad propia y la familiar. ¿Cómo es posible que exista otra certeza que deje al cristiano sin cielo e infierno? ¿Qué sería de la vida de miles de damas caritativas que encuentran su razón de ser en la obra social, medio de redención, si no hubiese pobre o desprotegido en el cual hallar justificación? ¿Qué sentido tiene la existencia y la expiación continua de pecados si no hay reencarnación o resurrección? 
Y en asuntos de apariencia más sencilla -o más compleja- que atañen a la sobrevivencia material, terrenal, carnal: la estabilidad relativa de un empleo y de un hogar,  la permanencia subjetiva de un espacio físico, la certeza aparente que brinda un status, entre otros inventos que distraen hasta que un día es tarde y no hay energías para recuperar el tiempo. 
Se inculca a los niños, desde muy tiernos, que han nacido pecadores, dependientes de la salvación, eso da rumbo a la vida y con ello acompañan los miedos, las culpas, las inseguridades; qué terrible el deber de pasar esas frustraciones y negatividad a los seres más inocentes de la tierra, sin concederles  la oportunidad de escoger su propia sabiduría.
Hoy, Miércoles de Ceniza, una gran mayoría recuerda que es polvo y que a polvo se regresa. Después de tres días de fiesta, agua, borrachera y relajo, se busca el equilibrio con la expiación de pecados y así la vida es un constante yin y yang, una combinación entre culpabilidad y pago, sin opción a razonar ni cuestionar.
Creería que el potencial del ser humano, al igual que la alquimia y su simbolismo de transmutación,  se eleva a su máximo potencial, cuando cuestiona las aparentes verdades y tiene capacidad de adaptación a nuevas dimensiones. Tanta “domesticación”, para predecir y controlar a otros seres humanos, ayuda a mantener el sistema; ¿hasta qué punto eso anula al individuo?
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