Actualizado hace: 935 días 18 horas 50 minutos
José Leonardo García Parrales
“Mulier Caesaris…”

La corrupción ha sido siempre un problema de actualidad. Perenne, nada reciente. La historia está salpicada de casos de toda magnitud, en todas las esferas, pero lo que más atrae las miradas es la que se da en el ámbito político.

Sábado 22 Febrero 2020 | 04:00

Desde la vuelta a la democracia en Ecuador, no recuerdo haber escuchado de ningún gobierno que estuviera blindado contra la corrupción, a pesar de tanta propaganda con la que se intentaba -y se intenta- blanquear la memoria y la conciencia.
Desde el arroz con gorgojo del gobierno de Osvaldo Hurtado hasta los señalamientos de Ina Papers en el de Lenín Moreno, pasando por casos tan sonados como el de los fondos reservados de Sixto Durán Ballén, el del avión Fokker de León Febres Cordero, la mochila escolar de Abdalá Bucaram, el feriado bancario de Jamil Mahuad y los sobornos de Rafael Correa, solo por nombrar algunos, presentan a la historia ecuatoriana embarcada en un tren de escándalos y acusaciones.
Solo en los dos últimos gobiernos se abrieron al menos veinte investigaciones por corrupción. ¿Y la actividad de los organismos de control? Escasa. Generalmente los encabezan personas cercanas a los gobiernos. ¿Y la fiscalización del legislativo? Casi inexistente.
En apariencia, los ecuatorianos debemos vivir resignados a que, mientras crecen los índices de pobreza y desempleo y se aumenta la brecha de la desigualdad social, nuestros políticos se quieran llevar hasta los ya despojados bolsillos.
Una investigación del Barómetro de las Américas refiere que el 88 por ciento de los ecuatorianos cree que por lo menos la mitad de los políticos está involucrada en actos de corrupción.
Pero el mal no es exclusivo de la clase política. La corrupción ha crecido como un quiste maligno en la vida pública. Se ha enraizado peligrosamente. Tan repudiable es el (aparentemente) inocuo “deje para las colas” como el desvergonzado porcentaje en los contratos.
¿Cómo sanearlo? Con conciencia. Con cambio. Con un remezón a las estructuras. Con educación a las nuevas generaciones. Desterrando la idea de que el sabido es el que triunfa. Resaltando la conveniencia de una conciencia limpia.
Si no hay cambio, seguiremos tragando corrupción en las noticias y las conversaciones, como pan del día. Y, en contrasentido, continuaremos viendo propagandas que hablan de gobiernos limpios y bien intencionados.
Bien dice la frase atribuida por Plutarco a Julio César:  “Mulier Caesaris non fit suspecta etiam suspicione vacare debet”. La mujer del César no solo debe serlo, sino también parecerlo.
 
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