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Keyla Alarcón Q. alarcon
Trabajo y dignidad

Una de las situaciones más estresantes que puede afrontar una persona es el desempleo. Esta condición puede compararse al dolor de perder a un ser querido y afecta la vida de manera integral, menoscaba salud, apetito, sueño, relaciones sociales, autoestima y crea sentimientos negativos, por mencionar algunas consecuencias.

Miércoles 15 Enero 2020 | 04:00

 Una de las situaciones más estresantes que puede afrontar una persona es el desempleo. Esta condición puede compararse al dolor de perder a un ser querido y afecta la vida de manera integral, menoscaba salud, apetito, sueño, relaciones sociales, autoestima y crea sentimientos negativos, por mencionar algunas consecuencias. En junio de 2019 la tasa de desempleo en el país se ubicó en 4,4% y a nivel urbano fue de 5,6%; y, a septiembre de 2019 el porcentaje nacional subió a 4,9%; desde 2016 existe un incremento significativo, según se puede ver en las tablas del INEC, esto es un gran abandono cuando la mayoría de la población ecuatoriana está en edad productiva y ese potencial podría ser aprovechado para el crecimiento nacional, sobre todo desde la industria privada.  Pero no, vivimos en un país en el que no hay fuentes de empleo y el despido es algo común, donde cientos de miles de personas no pueden llevar al pan a su casa, algunas de éstas, por hallar un alivio temporal a su situación, aceptan trabajos ocasionales en el que el abuso es inaudito, consienten labores sin garantías ni seguros y carentes de beneficios sociales y otras, pertenecientes a grupos que han migrado del campo a la ciudad, o de otros países, afrontan situaciones similares, pero su problema se ve agravado con el hambre y la sed.  Muchos son los casos y cada realidad más compleja y dolorosa que otra, al no tener empleo la dignidad se ve afectada porque el individuo, aunque tenga capacidad y preparación, no puede desarrollar su potencial, inteligencia y hacer conjunto para el crecimiento colectivo; en efecto, su marginación, que puede durar meses o años, más aún para quien está en edad avanzada, limita a un círculo injusto y deprimente.  Aunque no se soluciona el problema señalando culpables, resulta chocante que, frente a esta realidad, los emprendedores y pequeños empresarios hallen una fila de trabas para ejecutar sus negocios y que, en lugar de motivar su crecimiento y seguridad, se les atropelle con impuestos o trámites burocráticos, en el ya viciado ambiente público, donde existe de todo, menos efectividad; decepciona la falta de incentivos a los agricultores y ganaderos, quienes se ven obligados a cambiar el campo por la ciudad y a dejar en el abandono esta actividad que alimenta a la urbe y que, potenciada, podría generar fuentes de empleo; y, es lacerante, en este contexto, que mientras algunos no tengan para el desayuno, los residuos del correísmo inunden las noticias por su galopante corrupción.

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