Diciembre es y será eternamente un mes de recogimiento espiritual que nos invita a recordar al bendito Niño, que nació en el más humilde pesebre, el único predestinado a iluminar la paz del mundo.
Diciembre es oportuno para reflexionar, e ir al reencuentro consigo mismo y hacer balances espirituales para desahogar todos aquellos sentimientos que se han acumulado durante el año.
Y es que precisamente esta es la época de sentirnos más humanos, de estrechar el abrazo sincero con nuestras familias y amistades, de ayudar a los desprotegidos, de saber imprimir un beso de amor y de volver a sentirnos más pequeños para transportarnos a nuestra añorada infancia que nos llevó a saborear la dulzura de la Navidad entre alegrías y nostalgias.
A diciembre lo sentimos en el corazón y se refleja en nuestras pupilas con la llegada del Unigénito, el Niño Jesús, hijo de la Santísima Virgen María y su esposo San José; lo sentimos con los símbolos de la época navideña que nos recuerda el significado de su historia: las luces que son símbolos de Jesucristo y luz del mundo; los regalos, Santa Claus y el Hada, símbolos de amor; las campanas y los ángeles, símbolos del Evangelio; y los árboles de Navidad, símbolos de la vida eterna.
Cuántas veces de pequeños, ilusionados, esperábamos quizás esta linda Navidad para dejar nuestros zapatitos con una cartita en la ventana para que sigilosamente llegara Papá Noel, el Viejecito Pascuero o San Nicolás, aquel personaje anhelado por los niños.
Tú, quizás en esos zapatitos encontraste un costoso carro o un carrito de madera o de cartón… tú, talvez, una linda muñeca dormilona, una muñequita de plástico o una muñequita de trapo, que mamá confeccionó con ternura para ti, y cuántos niños dolorosamente quizá, ni zapatitos tuvieron para dejarlos en la ventana… Esas ilusiones se derrumbaron y esos juguetes se transformaron en sueños y vanas esperanzas.
Sin duda alguna estas son reflexiones que nos tocan profundamente el alma y nos llevan a meditar y esforzarnos para saber compartir y disfrutar la Navidad en familia, y con esos pequeños niños inocentes, regalos de Dios, pedacitos de vida que alegran el mundo.
Con el espíritu navideño, anhelo para todos paz, salud y muchas bendiciones por una feliz Navidad.