Con el respeto que se merece la concepción del término selva, que es el hábitat natural más hermosa para la vida del reino animal, vegetal y humano, por la comparación, cuyo nivel sería todo lo contrario: erupción y atentado a los más elementales principios de un sistema urbanístico moderno, que no se merecen los habitantes de estos cantones manabitas.
Llama la atención, los obstáculos grises y anaranjados, atentatorios contra las vidas de los que tienen sus pasos obligados por allí, las tétricas vías nocturnas de tinieblas, las polvoreras diurnas que afectan la salud de los pobladores, que contra su voluntad conviven con ello y el abandono de las obras. Los que menos se ven son obreros, materiales y maquinarias, avizorando un preocupante mal, que al menos no será de pronta solución.
A qué autoridad le corresponde exigir y hacer cumplir la ley, para que los constructores de estas vías y puentes, que unen los ejes viales de esta mancomunidad, cumplan con la continuidad y acabado de estas obras? ¿Serán el Gobierno nacional o los gobiernos autónomos descentralizados de estos tres cantones? Estas respuestas quedan como tareas a quienes corresponda.
También su paralización pudiera obedecer a que ya se festinaron los recursos o, en su efecto, ya acabaron con el presupuesto del arca fiscal, cosas típicas y muy probable en nuestro sistema de corrupción política, al no ser que surja una autoridad que se distinga del marasmo, conformismo y acomodo individual, en que han caído la mayoría de autoridades y funcionarios públicos.
Lo cierto es que volvemos al fondo, del síntoma anticultural de siempre, lo cual significa que primero tiene que haber una desgracia humana, producto de algún accidente de tránsito, para tomar conciencia y reclamar desde el poder local ese derecho y también de hecho. Ojalá no les ocurra antes a los que tienen el deber y la responsabilidad de hacerlo, ni tampoco a los anónimos e “insignificantes” ciudadanos.