Lástima que cuando uno empieza a divisar cómo hacer el camino, apenas suelen quedar fuerzas, porque la muerte te alcanza. En efecto, la vida es corta y el arte de vivir es un oficio que se aprende con el tiempo. Por eso, es vital detenerse para hacer autocrítica, máxime en un momento de constantes novedades, y pensar que cada despertar puede ser el último.
No desaprovechemos este periodo existencial, démonos en gratuidad para contribuir a explorar la búsqueda armónica que toda alma desea. Lo fundamental es encontrarse para reparar las acciones mal hechas, y al tiempo poder recuperar vidas destruidas, corazones acorazados, a fin de que cada ser humano se active en el culto a la cultura del innato abrazo, para combatir unidos contra estas miserias mundanas que nos deshumanizan como jamás.
Tengamos la valentía de poner siempre en primer lugar al ser humano, sus obligaciones y sus derechos fundamentales. Vemos que las ciudades siempre han sido impulsoras e incubadoras de innovación, tecnología, emprendimiento y creatividad; creando prosperidad, mejorando el desarrollo social y proporcionando empleo. Los pueblos, que también han sido significativos para garantizar la seguridad alimentaria y contribuir a la biodiversidad, hoy también necesitan más respeto, más igualdad, más atención por parte de los Estados, al menos para poder disfrutar de un acceso equitativo a servicios públicos, tan básicos como la educación y la asistencia sanitaria.
Lo trascendente es que ningún ser humano se quede atrás y pueda gozar de la nueva economía digital, de ese progreso técnico, especialmente en la medicina, la ingeniería y las comunicaciones. Ahora bien, esta tecnociencia hay que orientarla bien, ponerle alma y utilizarla mejor. Se me ocurre pensar en las malditas bombas atómicas lanzadas en pleno siglo XX, como el gran despliegue tecnológico ostentando por el nazismo, por el comunismo y por otros regímenes totalitarios, sin obviar hoy que la siembra de odio es cada día más fácil, utilizando la digitalización del mundo. Confiemos en que la lección esté aprendida, y este poder tecnológico redunde en mejorarnos la vida a todos, no en segárnosla.