Está probado que en los países donde se apuesta por mejorar las condiciones de vida de todos y todas, en especial de los más empobrecidos, es decir, donde hay educación, salud, alimentación, vivienda como mínimo, se ha logrado disminuir índices delincuenciales y violencia. De no hacerse así, no habrá muro por alto que sea que evite que a usted le roben, que se cruce una bala por su lado, que viva con la sensación de estar amenazado permanentemente.
Mientras tengamos grandes grupos de poder -cuyo mayor deseo es influir en las decisiones gubernamentales para conseguir prebendas para ellos que perjudican a los otros, a los muchos, a las mayorías-, no podremos crear un ambiente de paz y reconciliación nacional, en el que todas y todos tengamos oportunidades para crecer y ver crecer a nuestros hijos e hijas en ambientes seguros.
Para ello, los que más tienen deben asumir la carga tributaria que permita asegurar servicios públicos de calidad y vida digna a los que no lo tienen. Con esto no se asegura la vagancia y la sinvergüencería, sino que, en 2 generaciones, esos pobres no lo serán más y podrán comenzar a aportar al Estado. Así todos y todas ganamos.
En cambio, no hacerlo representa condenar a miles de familias a la pobreza extrema, que sólo causa desazón, desasosiego, desesperanza. Ante ello sólo queda envidiar, delinquir, lastimar… Por tanto, todos y todas perdemos hoy y mañana peor, dejamos un mundo cada vez más violento donde la convivencia pacífica es casi imposible.
Apostar ahora a dar más y compartir lo que se tiene, es por un lado una decisión inteligente por lo dicho en el antepenúltimo párrafo, pero a su vez cumple el mandato bíblico de Lucas 3,11: El que tiene dos túnicas, comparta con el que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo.
Ecuador tiene la enorme oportunidad de evitar esta casi guerra civil haciendo un ejercicio de generosidad con criterio de equidad y justicia social.