Yo soy hijo de la época en que los profesores hacían huelgas que duraban un mes y la letra con sangre entraba.

Soy hijo de esos tiempos cuando hacían “la vaca” en las ciudades pequeñas y compraban colchones para los policías y gasolina para los patrulleros, porque el Gobierno no tenía dinero.

En ese país crecí. En el del más sabido, de los eternos políticos, de los eternos robos y escándalos. Yo crecí en el Ecuador donde la educación y la salud eran platos de segunda mesa. Ese país no se ha ido, porque es una hierba mala que no muere.

¿Entonces qué Ecuador les estamos dejando a nuestros hijos? No el mejor. El consejo cruel que le daría un padre a su hijo están en los versos de Serrat: “Escapad, gente tierna, que esta tierra está enferma, y no esperes mañana lo que no te dio ayer, que no hay nada que hacer”.

Irse es una solución, dejar este país sin cura aparente, pero algo más podemos hacer por esa gente tierna y esa es responsabilidad de los padres. Ya no se trata solo de preguntarnos qué mundo dejaremos a nuestros hijos, la cuestión también es qué hijos dejamos a este país.