¿Me lo como? ¿Me meto los dedos en la boca? ¿Bastaría con dejar que el tiempo haga su magia? ¿Procuro no soñar, aunque sepa que es imposible no verlo en mis sueños? Recuerdo que era una posibilidad absurda. Cuando pensaba en su nombre -como si solo su nombre estuviera por encima de él, como si fuera el título de una gran obra, una de esas que te dejan desecha, sin ganas de volver a leer por un tiempo, por miedo a decepcionarte del siguiente libro-, me daba mucha gracia. Estaba tan lejos su nombre de mí, que solo atinaba a pronunciarlo tímidamente, con vergüenza y cierto recelo. Nunca hay que encomendarle nada al tiempo: es caprichoso y cruel. Ahora mismo no sé dónde meterlo, digo, lo tengo por todas partes, pero a la vez no está. Sigue estando lejos de mí, pero me desborda. ¿Lo pueden ver? ¡Me desborda! Soy muy mala escribiendo cartas de amor, en vez de eso he escrito panfletos lamenteros, dignos de ser ignorados. Pero este nombre… temo quedar incompleta si lo pronuncio una vez más. ¿Qué hago? ¿Me lo como?