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Keyla Alarcón Q.
Bosques

La discusión de la antropología–medio ambiente, desde el análisis científico ecologista, deja al ser humano mal parado: es considerado como el único depredador y causante de la crisis ambiental del planeta. Sin duda.

Sábado 10 Agosto 2019 | 04:00

 La discusión de la antropología–medio ambiente, desde el análisis científico ecologista, deja al ser humano mal parado: es considerado como el único depredador y causante de la crisis ambiental del planeta.  Sin duda.  

Para Felipe Cárdenas, antropólogo investigador colombiano, este reduccionismo debe ser superado ya que “descansa sobre una crisis moral y espiritual del hombre que involucra a la ética en el debate ambiental”; mientras esa dialéctica, importante en la adquisición de conciencia, o recuperación de ésta, se lleva a cabo, son necesarias acciones inmediatas para la protección del poco bosque que queda.
Los ecosistemas, que dotan de líquido vital al ser humano, en páramos andinos y bosques protectores de la Costa y Oriente, se deterioran con rapidez por el avance de la frontera agrícola, el cambio climático y la devastadora extracción de minería metálica y petrolera; factores inherentes al crecimiento poblacional, la inequidad en distribución de tierras que sufren los campesinos, sobre todo en el pajonal y la economía dependiente de transnacionales.
Sobre el último tema, quien defienda la minería, con el pretexto de la tecnología, por favor, tómese el tiempo de revisar los estragos que causaron los colapsos de diques en Minas Gerais y Mariana en Brasil, donde toneladas de agua con cianuro recorrieron cientos de kilómetros y desembocaron en el Atlántico; éstos entre muchos casos de minería “responsable e innovadora”. 
Así como el ser humano tiene la capacidad de causar tanto daño al planeta, también es la especie con la mayor capacidad de remediarlo; Fundación Ceiba para la conservación de ecosistemas tropicales apoya decisiones de restauración de la flora nativa en el corredor biológico de Manabí, que está en peligro por la influencia antrópica como la extracción de madera, por ello saber de familias campesinas que mantienen intacta la comunidad biológica es alentador.
Un ejemplo es el Bosque Seco Lalo Loor, aquí cientos de hectáreas que pudieron terminar en potreros para la ganadería o parcelas de agricultura, se convirtieron en un santuario de vida para la vegetación originaria y su fauna: el mono aullador, ardillas, reptiles y otras especies.
En Ecuador el bosque seco deciduo o bosque de ceiba, que pierde hojas con facilidad, está en Manabí, Guayas, Loja y El Oro; de éste, del páramo, que dota de agua para el consumo al 70 % de las ciudades del mundo, y de otros ecosistemas depende la permanencia del humano.
 
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