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Su alma fue siempre una sonrisa
Su alma fue siempre una sonrisa
Por: Childerico Cevallos
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Domingo 16 Junio 2019 | 04:00

Exploraba siempre todas posibilidades antes de emitir un criterio. Era su costumbre confraternizar antes de confrontar; por ello la cordialidad fluía fácilmente de su personalidad, muy dada a bromear, a tratar de cambiar con la sonrisa lo áspero de la vida.

Vida que, como a todos, le deparó tristezas y alegrías. La desaparición de Clovina, su segunda hija, le afectó mucho, al igual que la de su padre, Rafael, de cuya naturaleza recibió como herencia su jovialidad y humildad.
Humildad y eficiencia, ternura y rectitud, caracteres representativos de los hombres de su generación, de los padres de su época que, con su conducta, irradiaban admiración, obediencia y profundo respeto por las enseñanzas que se percibían de sus acciones.
Acciones que don Clodo siguió religiosamente porque creía que los hombres se formaban mejor anteponiendo el afecto a la crítica, la amistad a la antipatía, el amor al odio. Por ello nunca fue partidario de la violencia que siempre intentaba evadir con palmaditas en la espalda del contrario, en estrategia de disuasión.
Disuasión que le generó simpatías, incluso cuando debió desempeñar funciones públicas como comisario nacional o municipal, entre otras, las que ejerció imponiendo orden y justicia, ratificando la estirpe de aquellos ciudadanos de aquel entonces, en que el principio de autoridad era el sinónimo de responsabilidad ejecutiva, en obligado cumplimiento del deber.
Deber que aprendió en la escuela de la vida, con enseñanzas y conocimientos recibidos de la experiencia que hace más capaz y eficiente a quien asimila que las funciones públicas son oportunidades para servir a través de ellas, no para servirse de ellas. Y así creció en confianza, cariño y aprecio.
Cariño y aprecio que hasta ahora manifiestan quienes lo conocieron porque su jovialidad nunca envejeció. Así, hombres y mujeres, jóvenes y adultos disfrutaban de mutua compañía: en el club 12 de Marzo, en el club Portoviejo, en la Cámara de Comercio de Portoviejo, en el Cuerpo de Bomberos, en la Asociación de Abastecedores, entre otras. Pero, especialmente, en su local comercial, en aquella tradicional calle Chile y Pedro Gual, donde el negocio era la tertulia.
Tertulia porque, en verdad, nunca fue comerciante. Se conjugaban las horas para refrescar la existencia con amplias sonrisas que afianzaban la amistad, la que recreaba a cada paso caminando, en largas y cortas andanzas, por las calles de Portoviejo, en las que, en cierta ocasión, el inmortal Vicente Amador Flor le dijera que su alegría era el tónico del afecto.
Afecto que Clodoveo Cevallos, don Clodo, nunca dejó de sentir porque para él todos eran sus amigos. Por eso, seguro estoy, está sentando en la mesa grande del Creador, junto a doña Luz de Aurora y sus hijas Lucy, Clovina y Gina, escogidos porque ellas tenían la ternura de las vírgenes y él porque su alma fue siempre una sonrisa.
Y con una sonrisa, allá, en lo inconmensurable, creo que pasará un feliz Día del Padre, felicidad que deseo hoy a todos los padres del mundo.
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