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Abraza la cruz de Jesús
Abraza la cruz de Jesús
Por: Jaime Enrique Vélez

Domingo 21 Abril 2019 | 04:00

En los tiempos que Jesús vivía en esta tierra la cruz era sinónimo de escarnio, humillación y muerte, los condenados eran sometidos a inhumanos suplicios y en sus últimos hálitos de vida eran colgados en un madero hasta morir.

Según algunos historiadores, la cruz normalmente tenía la altura del reo, otra antigua tradición recoge que la cruz que cargó Jesús aparentemente medía 2,80 metros de largo y tenía 14 centímetros de grueso y un peso de 80 kilos, lo que explica el sufrimiento y sus caídas con el pesado leño. 
La cruz en nuestras existencias representa todos esos dolores, temores, caídas, culpas, errores, enfermedades, soberbias, abusos y sufrimientos que constantemente nos agobian, que nos quitan la armonía y la buena calidad en nuestras vidas. En la cruz se hallan las consternaciones humanas, Dios escogió la cruz para su hijo y Él la llevó en sus hombros hasta el monte llamado “Gólgota”, resistiendo todas las injurias y angustias. Cada gesto o expresión suya manifiesta su inmenso amor a su Padre y a los hombres.
Cada ser humano tiene su propia cruz que cargar, solo de nosotros depende si la hacemos frágil y llevadera con una vida sin sesgo, prístina, sin insolencia, apegados a la misericordia y a la compasión del verdadero hermano necesitado. Debemos ser partícipes en la cruz de Cristo, revelando el amor sin límites que se cobija en esa cruz, expandir a la luz toda la gran simpatía de Jesús, cargarla, llevarla sin afrentas, avanzar con ella en nuestro efímero paso terrenal, como lo hizo Cristo, abrazándola sin temor a la ofensa y la muerte.  
Jesús, condenado y agraviado, con paso lento va rumbo a su final, carga sobre su flagelado cuerpo la pesada cruz, se derrumba tres veces, Jesús cae no solo por el peso de su madero, sino por la culpa de nuestros múltiples y graves pecados, por nuestra debilidad de espíritu y la falta de fortaleza para eludir de nuestros horizontes todas las tentaciones y ostentaciones que nos tientan, maltratos que maculan y tornan mundano el accionar humano. Sin cruz no hay Cristo, sin Cristo no hay crucifixión, sin crucifixión no hay resurrección.
Tu extremo holocausto,  Señor, lo has entregado para la salvación de la humanidad total, sufres lo indecible clavado y alzado en tu cruz.
Pese a ese cruento martirio, Jesús con su mirada se compadece y perdona a sus verdugos y victimarios y grita a su Padre Celestial también a perdonarlos. Ese amor y compasión del Nazareno no son extraños, en su corta vida pública lo demostró curando a los enfermos, a los endemoniados, moralizando a las prostitutas, perdonando a los delincuentes. “Oh, buen Jesús, óyeme, dentro de tus llagas escóndeme”. Abraza la cruz de Jesús.     
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