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Portento de vida
Portento de vida
Por: Vicente Mendoza Pavón

Domingo 14 Abril 2019 | 04:00

Nada exalta la esencia misma de la naturaleza humana que una poderosa voluntad que, contra todo pronóstico (incluso científico), se refleja con todo esplendor en el vencimiento de situaciones o condiciones físicas al parecer invencible.

En la historia de la humanidad hay ejemplos de vida, seres que con perseverancia, voluntad de hierro y decisión inquebrantable derrotaron las adversidades con las que nacieron. Demóstenes, ateniense que a fuerza de estudio y tenacidad venció sus deficiencias físicas hasta lograr un notable talento como orador y político. Ludwig van Beethoven (alemán), quien a los treinta años experimentó los síntomas de la sordera que, a pesar de varios tratamientos no tuvo curación y siguió con devoción genial componiendo obras musicales eternas, hasta su muerte a los 56 años de edad. Fiodor Dostoyevsky (ruso), a quien su condición de epiléptico no le impidió escribir maravillosas obras literarias y, por el contrario, utilizó su propia experiencia para analizar los enigmas del alma; y, para cerrar esta brevísima reseña, me referiré al autor de la famosa novela En Busca del Tiempo Perdido, el francés Marcel Proust, quien coexistió con tan indeseable compañía (su enfermedad) hasta su muerte en 1922.
En mis años de estudiante universitario leí una biografía que me sumió en la más profunda reflexión, la vida de una heroína que constituye una maravillosa lección de vida no sólo para quienes padecen un tipo de discapacidad física o mental, sino para aquellos seres que, dotados de todas las facultades, sus existencias transcurren en la opacidad de la vida, ignorando que “si  quieren saber lo que realmente pasa en este mundo, tienen que sumergirse y ahondar en el conocimiento, utilizando la lectura como el mejor instrumento, eso sí, deben procurar alejarse, lo más que puedan, de la apatía y la superficialidad”. (VMP) 
Helen Keller nació en 1880 en Alabama, Estados Unidos; su madre, al año y medio descubrió que su hija estaba ciega, y poco tiempo después quedó sorda y muda, sin embargo aquello no fue obstáculo para que ella aprendiera a leer, hablar y escribir, a terminar la universidad, a dar conferencias, dominar lenguas vivas y muertas, y hasta actuar en el cine. Aprendió gramática francesa impresa en Braille, lo que le permitió leer a los clásicos franceses. Leyó obras de La Fontaine, Moliére y Racine; aprendió latín, lo que permitió leer La Guerra de las Galias, de Julio César. El espacio periodístico es limitado, pero no quiero omitir el nombre de esa gran maestra irlandesa, Anne Sullivan, esa brillante educadora que estuvo ciega por quince años y aceptó el desafío de hacer de Helen Keller un increíble portento de vida.  
Este modesto artículo lo dedico especialmente a Darío Menéndez Jiménez, quien nació con 80% de discapacidad intelectual, y hace pocos días se graduó de bachiller, dándonos una maravillosa lección de paciencia y perseverancia; y también a su progenitora la señora Rosa Jiménez, cuya tenacidad y amor maternal conmueve hasta las fibras más profundas del alma. 
 
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