Al escribir esta nota no sé quiénes son los ganadores de las elecciones de ayer. Pero todos los favorecidos por el voto, sólo tienen una obligación: CUMPLIR. Sí, cumplir lo que prometieron en campaña, con lo que ofrecieron en barrios y ciudades y aplicar las soluciones para los problemas de las ciudades y provincias que ampliamente difundieron en los días de campaña. Nosotros los electores, después de todo, hemos votado por esas soluciones, por las palabras que con acentos decididos nos pronunciaron, por la energía que pusieron en sus ofertas.
Al escribir esta nota no sé quiénes son los ganadores de las elecciones de ayer. Pero todos los favorecidos por el voto, sólo tienen una obligación: CUMPLIR. Sí, cumplir lo que prometieron en campaña, con lo que ofrecieron en barrios y ciudades y aplicar las soluciones para los problemas de las ciudades y provincias que ampliamente difundieron en los días de campaña. Nosotros los electores, después de todo, hemos votado por esas soluciones, por las palabras que con acentos decididos nos pronunciaron, por la energía que pusieron en sus ofertas. Así concurrimos a las urnas ayer, igual que a las anteriores, y con esa misma esperanza, ansiedad y deseo, pase lo que pase, lo haremos en cuantas se realicen en el futuro. El problema no es, entonces, solicitar que concurran a votar, como frecuentemente lo realizan ciertos candidatos. No se trata de eso, a fin de cuentas, mientras el voto sea obligatorio, todos iremos a las urnas, al menos la gran mayoría. El problema es, repito, que los políticos cumplan, que sean consecuentes con los electores, que honren la confianza que depositaron en ellos. Caso contrario, el efecto es alimentar el desprestigio de la clase política, de ellos mismos, y sobre todo estimular en proporciones gigantescas la frustración popular.