Manuel Andrés López Obrador, presidente de México, ha terminado sus primeros cien días de gobierno con un elevado índice de popularidad. Esto no implica que todo esté bien para muchos y menos aún que yo esté a favor de sus tesis. Para nada. Sin embargo, me parece muy destacable es que en estos pocos días ha cumplido algunas de sus promesas realizadas en campaña electoral en un medio en el que el incumplimiento parece ser la norma porque es un mal que padecen muchos políticos de todas partes. Prometió, por ejemplo, vender el avión presidencial, un enorme Boeing- 737 y ya fue enviado a un hangar en Los Ángeles, EE. UU., para ser vendido creo que a los quince días de posesionarse en el cargo o antes. Y no solo eso, toda la flota al servicio de la presidencia de la República, nueve aviones y ocho helicópteros, ha sido puesta a revisión para otros usos. Prometió no vivir en Los Pinos, la tradicional residencia de los presidentes mexicanos y hoy está convertida casi en un museo, en un Centro Cultural. El Estado Mayor Presidencial, el servicio de seguridad del Gobierno para los altos dignatarios de la nación, sus miembros, ¡dos mil!, fueron incorporados al Ejército Nacional. Hizo aprobar en el Congreso, la Ley Federal de Remuneraciones de los Servidores Públicos, que prohíbe expresamente que un empleado del Gobierno gane más que el Presidente.