El desperdicio de agua por el riego inadecuado contribuye a la erosión y salinización, la quema de monte afecta nutrientes e incinera microorganismos, el inadecuado uso de herbicidas y fungicidas tiene como resultados malformaciones, casos de cáncer y alergias, la tala de árboles y remoción de tierras contribuye a los deslizamientos, azolvamientos y otros problemas ambientales, la decisión sobre lo sembrado y su manejo en tiempo e incluso variedad determinan en gran medida los niveles de producción.

La agricultura sin prácticas sostenibles está causando daños permanentes en los suelos que antes eran productivos y esto afecta directamente a 250 millones de personas en el mundo y 169 países ya sufren sus efectos, según los expertos.

La baja productividad se transforma en deficiencias del empleo, deudas, migración y pobreza; lo que a su vez termina en nuevas generaciones con inconvenientes de desnutrición, problemas de salud y educación, falta de oportunidades, reducción de la calidad de vida y la esperanza de existencia, e, incluso, delincuencia. La cadena de impacto social es gigante. Las acciones para enfrentar estos problemas insuficientes. 

En discursos muchos políticos dicen saber lo que pasa y todos ofrecen alternativas, pero la atención urgente y contundente, no llegó o por lo menos no dio los resultados que se esperaron. Hay que exterminar este enemigo silencioso que sigue creciendo en el campo.