Su vivienda, ubicada en Agua Blanca de la parroquia Alhajuela, parece de juguete, es de caña con 2,50 metros de ancho y 3 metros de fondo. Hay un angosto corredor donde el hombre permanece para recibir aire fresco, luego en otro espacio va la cama y un baño. No tiene cocina, ni sala.
La pobreza en el lugar se puede palpar. Un remendado toldo intenta protegerlo de los mosquitos, hay cables desordenados por todas partes y un único foco, ahora dañado, que iluminaba en el pasado. El baño en realidad es un pozo ciego y el olor que emana se esparce fácilmente en el pequeño espacio.
En medio de ese mundo Rufino intenta moverse, siempre arrastrándose.
Hace años se quedó sin familiares, su madre y su padre fallecieron. De sus 15 hermanos, recuerda que uno fue asesinado y los otros 14 se dispersaron por Esmeraldas, Guayaquil y Portoviejo. Hace varios años no vive con nadie y solo lo acompaña una fiel gallina criolla que hace un año apareció.
El ave le genera alegría y risas y la bautizó como Margarita. Ella duerme a su lado y todos los granos o alimentos que el hombre, de 67 años, no consume, ella los aprovecha.
Rufino habla con ilusión de su mascota. Menciona que se quedó allí desde el día en que puso su primer huevo, hizo un alboroto con su imperdible cacareo y allí el hombre se dio cuenta de que no estaba totalmente sordo. Cada día recoge un huevo, con lo que tiene para el desayuno, dice.
Conozca más de esta historia en nuestra edición impresa de hoy 19/02/2019