Actualizado hace: 931 días 16 horas 56 minutos
Tradición
El que se come uno, se come dos

Su propietario asegura que el secreto radica en la masa y en la textura que tienen luego de salir del horno.

Miércoles 13 Febrero 2019 | 11:00

 Henry Mora (39 años) no puede evitar referirse al pasado con verdadera emoción cuando habla de Superpán, la panadería a la que le ha dedicado más de la mitad de su vida porque empezó allí a los 10 años.

“Comencé chico, limpiando las latas, haciendo los mandados, hasta que aprendí a hornear el pan”, cuenta.
Todo eso sucedió cuando el local era de su tío Richard Saavedra, su primer dueño, en las mismas calles -Chile entre Pedro Gual y 10 de Agosto-, pero en el lado de al frente.
“En aquella época se vendían hasta 900 pasteles a diario. Los había de pollo, carne, queso, de jamón y mixto. La gente hasta hacía cola y claro que había ocho ayudantes”, evoca Henry, con la mirada puesta en una calle por donde circulan pocos clientes debido a las tareas de regeneración.
Nadie podía presagiar que, el 16 de abril del 2016, todo el esfuerzo de una vida se vendría abajo. Para ese año la panadería ya era suya, pues se la había comprado a su tío. Entonces no le quedó otra que cambiarse al frente, donde está actualmente y donde lo único que recuerda el viejo local son las abejas que merodean los panes de dulce u otros manjares similares.
Y como lo de los pasteles era ya una tradición, Henry, que sabía de memoria la receta mágica, los siguió haciendo, aunque ahora los tiempos han cambiado.
“Actualmente unos 200 pasteles se hacen para ser distribuidos en distintos puntos de la ciudad. Aquí se venden unos 90”, detalla  mientras saca del horno una artesa con una hilera de panes calientes, dorados y olorosos.

Variedad. Además de los pasteles, que son “la joya de la corona” de Superpán, allí se ofrecen pan de manjar, pan de piña, pan de chocolate, suspiros, pan de leche, pan de queso solo y de queso con jamón.  Todo esto preparado desde las 5 de la mañana.
 Aunque se queja de que los arreglos de la calle le han ahuyentado la clientela, está seguro de que “esto va a quedar rey, hay que aguantar como valientes hasta que todo ya quede arreglado”.
 
Solidaridad. Una vez que Henry hace el balance del día, al final de la tarde, recoge algo de lo que no se ha vendido y se va en busca de las familias que permanecen en esquinas y parterres. A ellos les da lo que ya no se venderá.
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