Ocurrió en la apacible Ibarra, la ciudad blanca. Hubo videos, fotografías y noticias, todas espantosas. Un venezolano mata a su pareja, la Policía es testigo y apenas mueve un dedo. Luego lo impensado. Ecuatorianos persiguiendo a familias venezolanas para que se marchen de Ibarra. La turba acosa a una madre y a sus hijos, unos niños. Su culpa es tener la misma nacionalidad del asesino. Bajo esa lógica, yo soy culpable –usted también– de los crímenes de los ecuatorianos en otros países. Quise creer que solo son unos pocos los odiadores, pero las redes sociales me responden que no. Pululan y crecen como hierba mala. “Que se vayan los venezolanos”, gritan los odiadores. Ok, que se vayan. Pero, para ser justos, que los ecuatorianos que viven en Estados Unidos, España e Italia también se marchen de esos países. Xenofobia en su máxima expresión. Odiadores, entiendan: la violencia no es la respuesta. Más control a quienes llegan al país, sí, pero no culpen a todos por el crimen de uno. Dejen de echar espuma como perros rabiosos.