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Foto lozano no “cuelga” la cámara

Por un momento Julio Sarmiento Rodríguez cierra los ojos y los recuerdos regresan tan nítidos como un negativo de kodak.

Jueves 17 Enero 2019 | 12:14

 Se ve a sí mismo, elegante y contento, rodeado de distinguidos clientes que le piden el favor de que los retrate. 

Sarmiento vivió la época de gloria cuando el fotógrafo era considerado casi una autoridad y en las fiestas de pueblo era tan importante como el sacerdote que daba las misas patronales.
La fotografía tuvo su auge entre las décadas de 1950 y 2000, fue medio siglo en el que las personas que plasmaban a otras vivieron momentos felices. 
En Portoviejo existe un estudio fotográfico que marcó la época y que aún se mantiene en su tradicional local de las calles Bolívar y Ricaurte, frente al parque central. Su actual dueño señala que era tan famoso que todo el sector era identificado por los taxistas como Foto  Lozano.
Julio Sarmiento cuenta que quien puso el negocio fue el fotógrafo Alfredo Lozano, quien era su cuñado. El joven Julio empezó a trabajar en el estudio y cuando su cuñado se fue a Estados Unidos, él se hizo cargo junto con su hermana.
Método. Menciona que en ese tiempo la fotografía era una ciencia, pues primero la imagen se plasmaba en un negativo y luego la foto se revelaba en un papel especial. 
Para lograrlo era necesario hacer mezclas fabulosas de ácido bórico, metol, hidrosulfito de plata y muchos químicos más que se conseguían en el almacén Plus Ultra. Esas fotos eran en blanco y negro.
Luego, dice, llegó la novedad de las fotos a color. Era el año 1967 y recuerda que el rollo con las 36 fotos tomadas se enviaba a Estados Unidos, donde las revelaban y plasmaban en papel a color y las devolvían con dos rollos nuevos de cortesía. El trámite demandaba 15 días.
En Quito se estableció la empresa Ecuacolor, brazo de la famosa Kodak y entonces el proceso se acortó, aunque tuvieron algunos problemas cuando los empleados distribuían el material a ciudades equivocadas de nombres parecidos. En su caso, recuerda, una vez unos novios lo intentaron meter preso porque sus fotos se perdieron y nunca se recuperaron. Luego se determinó que el paquete de fotos se fue a Portovelo, en El Oro, en vez de llegar a Portoviejo, en Manabí.
Señala que la pasaban bien durante las matrículas escolares, en tiempos en que era obligación que el estudiante adjuntara cinco fotografías. Al día fotografiaba entre 300 y 400 estudiantes. Trabajaban en el cuarto oscuro, que se iluminaba drásticamente por un segundo con lámparas fluorescentes cuando el fotógrafo hacía clic. 
En las fiestas familiares lo llegaban a buscar y le ponían carro para que llegara al festejo y era el primero  al que le servían la comida. Es que a uno lo querían, expresa.
Cambios. Sin embargo de esa fabulosa época solo quedan recuerdos, pues menciona que en el nuevo milenio vino la digitalización de la fotografía; además, el teléfono celular permite tomar fotos con una facilidad tal, que nadie necesita experiencia.
No obstante, de todo aquello Foto Lozano sigue allí en la misma ubicación, frente al parque central. Ya los novios no llegan a buscar el servicio, tampoco los que hacían la primera comunión, ni siquiera los estudiantes. Ahora, en un buen día, toma 4 fotos.
Mantiene el estudio por tradición, aunque pague alquiler.  De sus viejos clientes ya quedan pocos, igual que sus compañeros. Se acuerda de Ulbio Peñarrieta, un afamado fotógrafo de El Diario Manabita, a quien considera uno de sus mejores amigos. “Ya todos se están yendo”, dice mientras la voz se le quiebra y hace una obligada pausa, se pone los dedos cruzados en el mentón y asegura que seguirá allí hasta que Dios le dé fuerzas.
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