Las crestas se forman al sexto mes de vida intrauterina, son inmutables y duran toda la vida... Bueno, eso de que duran para siempre tiene sus excepciones. Es el caso de quienes trabajan en la elaboración de bloques, cuya estiba rompe con facilidad estas marcas, sobre todo si no se usan guantes.

En el sector de la 26 de Septiembre existe un barrio al que le llaman La Bloquera, justamente por las actividades que allí se realizan. 

Bajo un sol al que casi hay que pedirle perdón, varios jóvenes deambulan de un lado para el otro en distintas ocupaciones: unos manejando la mezcladora, otro manipulado la compactadora, otro más paleando la materia prima que llega de Latacunga y, finalmente, aquellos que se encargan de acarrear el producto.

Sin  huellas.  A estos últimos se los podría llamar “los sin huellas”, es decir, aquellos a los que la rutina diaria de la fricción de sus manos con los bloques les “borró” las yemas de los dedos.

Miguel Ángel Palacios, de origen venezolano, trabaja desde hace un año y dos meses en esa actividad. 

“A veces me rompo las manos y si los bloques están mojados me raspo los dedos”, dice Miguel Ángel mientras muestra unas manos lisas como baldosas pulidas.

Señala que el contacto con los bloques, generalmente, es de dos horas al día, aunque a veces puede ser mucho más.

Pablo Reina Toala tiene más años en el trabajo, producto de lo cual sus “huellas” son un recuerdo que quedó en la cédula de identidad. “Ya están gastadas las huellas, porque este es el sustento de nuestra familia”, cuenta el hombre, quien para realizar su labor prefiere no usar guantes “porque de todas maneras se gastan, se rompen y no dejan coger bien el bloque. Ni hay nada como sentir uno mismo lo que quiere agarrar jajaja”.