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MANTA
Abandonados en Venezuela

Cuatro niños ecuatorianos fueron abandonados en Venezuela. Su abuelo los rescató.

Lunes 19 Noviembre 2018 | 12:19

Esta es la historia de cuatro  niños que fueron abandonados en Venezuela. Pero no saben por qué; hay cosas que no tienen explicación. 
“Yo tampoco lo sé”, dice César  Castro,  abuelo  de  los niños y quien vive en Manta. “Un día solamente mi hijo dejó de llamarme y después supe que los niños, un varón y tres mujeres, estaban en una casa hogar y que los iban a adoptar”. 
¿Qué los llevó a abandonarlos?  César no lo entiende. La  historia  aún le parece confusa. 
Hace tres años recibió una llamada de la embajada de Ecuador en Venezuela. 
Le dijeron que sus nietos estaban en un orfanato y que los iban a dar en adopción. 
“¿Mis nietos?, pregunté yo. No lo creía, pero  me lo confirmaron. Imagínese cómo los voy a dejar botados si yo los vi crecer, ellos nacieron aquí”. 
Hace seis años los padres de los niños vivían en la casa de César, ubicada en El Palmar. Luego se fueron a Venezuela. Eran tres niños en ese entonces, pero la mujer estaba embarazada. 
Dijeron que iban a trabajar, a buscar una mejor vida, pero al parecer todo salió mal. 
“Al principio nos llamaban y luego ya no la hacían, no supimos de ellos hasta hace tres años cuando recibí el aviso de la embajada”, cuenta César. 
Al parecer, la pareja se había separado unos meses después de haber llegado a Caracas. Pero los niños quedaron abandonados en el apartamento. 
Los vecinos llamaron a la Policía de menores y los llevaron a una casa hogar. 
Ya no eran tres, eran cuatro, la bebé tenía ocho meses de nacida.  
Los niños llevaban tres años en el orfanato cuando César supo lo que había pasado.  
Viajó a Venezuela, y en el barrio donde vivía la familia le dijeron que ambos se fueron con sus respectivas parejas; y que a la bebé la dejaban en la casa de las vecinas. 
César empezó a hacer los trámites para traerlos a Ecuador, la embajada le ayudó. Pasaron tres años y logró subirlos a un avión rumbo a Ecuador. 
Fueron años de trámites, documentos notarizados y  gastos económicos para lograr la custodia de los niños. “Casi los adoptan, llevaban seis años allí y ya había familias interesadas”, señala.  
Abuelos pobres. Surge de nuevo la pregunta: ¿Por qué los abandonaron? Ketty Santana, la esposa de César, dice que los padres se “descarriaron”. 
“Cada quien encontró a una nueva pareja y se fueron. Eso es lo que sabemos.  Ahora los tenemos aquí y la estamos viendo difícil, porque nos falta dinero para mantenerlos”, expresa. 
Ketty, de 50 años, tiene dos hijos con César,  uno de 14 y otro de 28 años. 
Ketty es peluquera en su casa y tiene unos cuatro clientes del barrio. 
César es desempleado y paga una hipoteca de 135 dólares mensuales. 
En total ahora son ocho.
“No me alcanza el dinero, yo estoy cachueleando, haciendo fletes en mi carrito, pero a veces no tengo ni para el agua”, dice César, de 55 años, mecánico industrial. 
Hasta hace seis años trabajó en una fábrica procesadora  de pescado, pero hubo reducción de personal y lo despidieron. Ahora apenas puede conseguir dinero para la comida. 
Pagar la hipoteca cada mes se ha vuelto un desafío. 
Adrián escucha en silencio a su abuelo. Tiene 14 años y es uno de los niños abandonados. Es flaco, callado, de escasas  palabras. 
“Solo se fueron”, dice cuando le preguntan qué pasó con sus padres. 
Dejaron todas sus cosas allí, aunque no había muchas: camas, cocina, mesas, unas cuantas. 
Los llevaron al orfanato y Adrián cuidó de sus hermanas, de 12, 11 y seis años.  
“Estaban pequeñas, la más chiquita creció allí porque no tenía ni un año de haber nacido”, narra Adrián y baja el rostro.  
Sus hermanas también lo hacen. Todas menos la menor, ella solo sonríe envuelta en su vestido rosa.  
Sonríe, inocente, alejada de lo que sucede. 
César, el abuelo, les pide que vayan por sus mochilas. Van a salir. 
Deben estar a las 12h30 en el centro comunitario Río Manta, donde almuerzan. De allí pasan a unos talleres escolares que les brinda el Patronato Municipal. 
Esa es la ayuda que recibieron del municipio.  
“Han sido meses muy duros, especialmente por la crisis”, expresa César.
Y eso que no van a clases. “Este año no fueron porque ya estaba muy avanzado el periodo escolar. Pero el próximo sí van a ir”, dice César, observándolos y pidiéndoles que se apuren. 
“Mírelos, cómo los iba a dejar allá. No entiendo por qué mi hijo y su mujer hicieron eso, por qué los abandonaron”, expresa.  
Claramente hay cosas que no tienen explicación.
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