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Manta
Un cementerio donde nadie descansa en paz

Vicente Loor metió las manos en un ataúd para ver si aún había huesos de muerto, pero sólo logró revolver el tiempo estancado.

Domingo 11 Noviembre 2018 | 04:00

 Un olor a mortecina se levantó con el polvo y Vicente no halló más que basura, piedras y flores de plástico. “Pero allí abajo hay huesos”, dice aún con la mano en el ataúd. “Da coraje que la gente suele llorar a sus muertos con drama, se quieren meter con ellos en las tumbas cuando los sepultan; y ahora mire cómo los dejan: abandonados, botados, como si no importaran. Esta tumba tiene años sin que nadie la visite”, expresa.  

El ataúd del que habla Vicente es un basurero más del cementerio general. Una caja de metal oxidada, donde alguna vez hubo un cadáver o tal vez aún lo hay, que quedó abandonada como otras 60 o 70 en ese lugar. 
Esa es la cifra. Son casi 70 tumbas con los ataúdes expuestos que, según Vicente, se han convertido en un problema de contaminación y una mala imagen para el camposanto. 
“Están por todos lados, al ingresar, a la derecha o izquierda. La gente dejó de venir a visitar a esos difuntos y luego del terremoto  (abril 2016) algunas tumbas se dañaron, y se pueden ver los cadáveres en algunos casos, la ropita está allí”, indica. 
Vicente trabaja en el cementerio arreglando las tumbas. 
Se dedica a pintarlas, les limpia la maleza y en ese oficio es que se ha dado cuenta del problema. 
Dice que cada día aparecen  más. Son bóvedas que tienen más de 50 años y que no son visitadas por nadie. Cree que el Municipio de Manta debería intervenir y quitarles los espacios. “Pienso que se debe limpiar esas tumbas, poner los huesos en nichos y quedarse con los terrenos para entregarlos a quien los necesite”.
El cementerio general se levantó hace más de 50 años en un área que supera las cuatro manzanas.  Está ubicado en el barrio Perpetuo Socorro, un sector céntrico de la ciudad. 
Se cree que  hay al menos 15 mil muertos. Y se dice que cree porque en realidad nadie ha contado las tumbas, pero es un cálculo que maneja el municipio, administrador del lugar.  
Desde hace diez años dicen que está lleno y que no cabe una tumba más, pero a inicios de este año se denunció que estaban construyendo bóvedas en los pasillos. Aquello quedó en una investigación del municipio. 
El único cementerio público donde aún hay espacio es el de Marbella. 
También están el de la parroquia Eloy Alfaro y el de Tarqui (concesionado), pero allí los pocos espacios que existen  ya tienen dueños.
Robos y la pared baja. “Esta semana, justamente, rompieron el vidrio de una tumba familiar y se llevaron las rosas y floreros”, dice Luis Prado, guardia municipal del cementerio general. 
Ocurrió en la noche.  Casi todo ocurre a esas horas, dice Luis, pues su horario es sólo hasta las cinco de la tarde. 
Hay quienes ingresan al camposanto a consumir drogas o a beber alcohol.  Se roban las rejas metálicas, flores y objetos de bronce. 
Lo hacen generalmente por el cerramiento que da a la calle 26, una pared muy baja que puede ser trepada fácilmente.  
Y dañan las bóvedas, dejan basura, botellas de cerveza, desechos por todos lados, cuenta Luis. “Es insoportable, la gente no tiene respeto por los muertos, no hay respeto por nada. Algunos hasta hacen sus necesidades entre las tumbas”, señala. 
Eso es frecuente. Sólo basta con caminar entre las bóvedas para hallar excremento y papel higiénico.
Luis cuenta que la situación es incontrolable. “Cuando encuentro a gente que está haciendo cosas indebidas, les pido que se vayan, algunos lo hacen, otros se enojan y nosotros  no tenemos cómo defendernos, pues no portamos armas ni nada”, expresa.
Preocupación.  María José Azúa, directora municipal de Higiene, dice que en el tema de las tumbas abandonadas hay una responsabilidad compartida. Cada pariente de un difunto tiene un título de propiedad  que lo hace responsable por la bóveda. Ellos deben hacer mantenimiento a esas áreas. Esto no solo le compete a la autoridad, detalla. 
“A ese tema hay que ponerle cuidado”, explica  Alfredo Cedeño, médico general. Él comenta que las tumbas abiertas representan un peligro para la salud. Explica que todo cadáver tiene cientos de bacterias que viven durante años en ese espacio húmedo que es la tumba. 
Al estar abiertas  pueden enfermar a cualquier persona.  
A esto se suma la proliferación de mosquitos que ocurre en invierno, ya que las bóvedas abiertas se 
llenan de agua y eso se convierte en un criadero de larvas.   
Humberto Solís, supervisor municipal de los  cementerios, señala que no cuentan con una ordenanza o reglamento que les permita sancionar o revocar permisos de arrendamiento a las familias que han abandonado las bóvedas de familiares. “Lo único que hacemos es que si no aparece el dueño sacamos huesos y los metemos en nichos. Luego se le pone un aviso en el espacio que ocupaba la tumba para que se acerque a cancelar los valores del arrendamiento”, expresa.
El funcionario reconoce que el mayor problema que tienen es el cerramiento bajo que hay en la calle 26, pues por allí es donde ingresa más gente en la noche; y asegura que la única solución sería hacerlo más alto. Esta sería la manera de que los vivos dejen descansar a los muertos. Especialmente a los olvidados. Aquellos que están bajo montículos de basura, flores viejas y pedazos de su misma tumba. 
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