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La Merced, nuestra devoción
La Merced, nuestra devoción
Por: Jaime Enrique Vélez

Martes 25 Septiembre 2018 | 04:00

La orden de la Merced tiene su origen en los destierros que los musulmanes islamitas hacían con los cristianos de Italia y de España en los primeros años del siglo 13.

Los cautivos eran llevados a la fuerza a África y vendidos como esclavos, para que su familia pagara fuertes sumas de dinero para lograr su rescate.
Ante esta dura situación una noche entre el 1 y 2 de agosto de 1218, la imagen de la Virgen María se le apareció a Pedro Nolasco, ordenándole fundar una orden religiosa en la que se practicara la piedad salvando a los cristianos presos. Nolasco acatando la orden instituyó un capítulo que dedicó a la Virgen con el título de Santa María de la Misericordia o Merced de los cautivos. 
Los mercedarios fueron los primeros sacerdotes españoles que arribaron al inicio de la conquista del nuevo continente. 
En el año 1534 llegaron los clérigos Dionisio de Castro, que fue el primer comendador del convento de la Merced de Portoviejo; y Gonzalo de Vera, los mismos que tuvieron una incidencia decisiva en la historia mercedaria. 
Era el año 1540 cuando llegó por estas tierras fray Miguel de Santamaría trayendo el magnífico obsequio del emperador Carlos V a nuestra ciudad, la imagen de nuestra señora de la Merced, la misma que desde aquella lejana fecha día a día nos acompaña y acoge, en su templo y acoplar con ella nuestras preces con el don eternal.
La grandiosa devoción de este pueblo a la madre de Jesús es tan cierta que en ella se manifiestan las actitudes y expresiones de piedad y recogimiento en sus actos devocionales, de manera especial en el mes septembrino, en el que durante 16 días sus feligreses y seguidores la veneran y aclaman desde el Rosario de la Aurora, evento que cada año logra más participantes que recorren las calles adyacentes al templo, en demostración de fe y cariño a esta sencilla y humilde mujer que Dios la consagró como madre de nuestro Salvador.
En estas madrugadoras romerías por los barrios y ciudadelas que ella peregrina se viven en su caminar demostraciones de fervor y alegría, las calles, avenidas, veredas, ventanas y balcones son adornados e iluminados de forma admirable por sus habitantes y vecinos, mientras que el cielo se ilumina y resplandece con las luces pirotécnicas destellando un maravilloso paisaje tachonando el horizonte matinal.  
Así demuestra el pueblo cristiano su amor y recogimiento a esta sempiterna madre celestial que en el acontecer de nuestra existencia nos recibe amorosamente a los que hemos hecho de su templo nuestro cobijo espiritual para atender nuestra dolida y suplicante oración y también la exultante plegaria en gratitud a favores recibidos bajo su intercesión.        
 
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