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Tema del día
El milagro de Sandro Prado; uno de los niños regalados en la crisis

En el pueblo donde creció Sandro, hay personas que no conocen a sus padres, antes hubo niños que fueron abandonados.

Martes 25 Septiembre 2018 | 09:21

Allí, además hay una profesora muy querida por haber hecho un milagro. Hay personas que la recuerdan porque fue la única maestra de kínder por más de 30 años y también por haber acogido a un niño de la calle. Ella se llama Mercedes Jaramillo y Sandro es su milagro, él es el niño de la calle.  

Meche le dicen de cariño. Si usted va a Cojimíes es fácil conocerla sin llegar a verla en persona. Su foto está en casi todas las casas del pueblo: en las salas, al lado del televisor o en una mesita, como recuerdo de que ella le enseñó las vocales a alguien de esa familia.  
Sandro la ama como una madre. 
-Muchos me querían en Cojimíes, pero nadie hizo lo que mi tía hizo. Había gente que la cuestionaba por criar a un chico de la calle, pero ella no se fijó en eso - dice Sandro, sentándose en la banca de una biblioteca de la Unesum, universidad de Jipijapa donde estudia Ingeniería Ambiental. 
Sandro es el niño que Mercedes acogió cuando apenas tenía tres años. Un negrito que vagaba por Cojimíes pidiendo comida y robando legumbres en los mercados para alimentarse. 
Antes de hablar con él, quise que Mercedes me contara la historia, pero ella con esa cordialidad que la caracteriza fue clara en decir que no le gustaba eso de las entrevistas. Lo dijo su hermana, Cecilia Jaramillo, a través de una llamada.
-Pero si usted quiere contáctese con Sandro, él le puede contar todo -expresó.
-Pregunte por él, todos lo conocen, es un negrito de ojos verdes, él único que tiene ese color de ojos.
Su vida. Son las dos y  cuarenta de la tarde, Sandro sube corriendo las escaleras del edificio universitario. Ha llegado atrasado a clases, tenía un examen a las dos.
-No creo que el profesor me deje entrar -dice, abre la puerta del aula, se asoma y el maestro le lanza una mirada fulminante. Para qué más.
-Vamos a la biblioteca a conversar -señala.
-Qué es lo que sabes de tu historia -le pregunto.
-Lo sé todo, con detalles, todo absolutamente -responde y empieza a narrar como si se tratara de un libro que lleva grabado en la memoria.
-Mi mamá murió cuando tenía un año. Viví con mis abuelos hasta los tres años, pero tuve una vida desordenada. Viví en la calle, dormía en la calle. Era un niño de tres años durmiendo en los parques, arropado con cartones -dice.
Esperaba que me hablara desde los cinco años en adelante, pero Sandro se acuerda de todo lo que le sucedió desde que tenía tres años. Eso es una virtud, asegura él.
Dice que siempre llevaba un cuchillo, dormía con ese cuchillo para protegerse porque no confiaba en la gente. Bueno, no en todos, porque conoció a Lizardo, un hombre que trabajaba en una volqueta recolectando basura y le daba de comer, y ahora es su padrino y lo quiere mucho.
También recuerda a un señor llamado Favio Cedeño, muy conocido en Cojimíes por tener unas de las primeras casas de dos plantas en el pueblo. Lo llevaba a almorzar con su familia, en la mesa de la sala, no en la cocina, dice Sandro.
-Algunos me daban de comer, pero en la cocina, como con vergüenza. Don Favio me hizo sentir como si fuera de su familia.
Un día, mientras recogía la basura con Lizardo, la profesora Meche lo vio. Preguntó quién era y don Lizardo le contó la historia.
Desde entonces la profesora lo bañaba, le daba de comer, le compraba ropa, y nació un cariño grande entre ambos.
Antes de que cumpliera cuatro años, Mercedes fue a la casa de la abuela de Sandro. En realidad no era una casa. Vivían en bodega, de esas que almacenaban camarón y motores, vivían allí más de cinco personas: la abuela, los tíos y otros nietos.
-Por eso yo no quería estar allí y prefería la calle. Trabajaba vendiendo pescado para ayudar en la comida y dormía en la calle porque me sentía incómodo en el garaje, no había espacio -cuenta Sandro.
Mercedes pidió que se lo entregaran y la abuela no lo dudó. Le dijo que se lo llevara, porque no tenía para darle de comer.
Así empezó la nueva vida de Sandro.
La profesora Mercedes, a quien llama tía, porque en el kínder todos los niños le decían así, le cambió la vida.
Mercedes trabajaba en Cojimíes, pero su familia vive en Portoviejo. Ella actualmente está allá con su hermana, pues nunca se casó ni tuvo hijos. Sandro es su regalo más grande.
-¿Has vuelto a ver a tu abuela?
-No, los psicólogos me dijeron que eso me haría daño, pero antes de que me lo dijeran yo mismo decidí olvidar mi pasado, porque anduve en la calle no porque quise. Un bebé de tres años no anda en la calle con un cuchillo porque quiere, sino por necesidad; tuve que robar tomates por hambre y cuando mi tía me adoptó me dije que iba a disfrutar mi infancia y olvidar todo.
Sandro estudia Ingeniería Ambiental, pero su sueño es ser médico. Quiere hacer el mismo trabajo que hacía su tía cuando fue parte de un grupo de salud de Cojimíes. El asunto es que obtuvo un puntaje de 800 y necesitaba 900 como mínimo para ingresar a esa carrera. Eso lo dicen las reglas de Educación Superior en Ecuador. 
Aún así, no se ha quedado con los brazos cruzados. Ya ha realizado cuatro cursos vinculados a la medicina: uno de enfermería, dos de rescate y uno de paramédico.
Porque a Sandro le gusta aquello de salvar vidas, ya sea como médico o bombero. Es como una recompensa a lo que ha recibido, a su tía Meche, por haber salvado la suya.
-Si ella no me hubiera sacado de la calle, tal vez sería un delincuente, o tal vez ya no estaría vivo. Por eso siempre le agradezco a Dios por haberme puesto en su camino. Porque yo tuve suerte, pero otros niños no, y quién sabe qué fue de ellos- dice Sandro. Si, pienso, quién sabe qué fue de ellos. 
 
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