Actualizado hace: 936 días 23 horas 46 minutos
Picoazá
Felices en medio de necesidades

Desde la ventana de Miryam Pincay la realidad es breve: un tramo de calle polvoriento con perros flacos.

Lunes 24 Septiembre 2018 | 11:00

 En verdad es solo una ilusión si se considera que allí, en el reasentamiento de Picoazá III, habitan 187 familias, ninguna de las cuales pidió ir allí; todas fueron desalojadas de su terruño original, ya por las lluvias, ya por los deslizamientos, ya porque la pobreza es una amenaza para cualquiera, ya por todo.

Son las 11 de la mañana y grupos de niños corretean tras un balón en una esquina en cuyo fondo se aprecia el cerro Jaboncillo, dormido como una gran bestia a la distancia.
No tienen dónde más jugar, pero la alegría reemplaza al paso cualquier carencia. 
Desde las escaleras una mujer de piernas llamativas carga un balde con agua. Se le escucha llamar a sus hijos para que se bañen; a un costado de su casa, en un portal todo de tierra, cual banderas de una patria pequeña, prendas de vestir expuestas al sol indican que quienes las usan son gente sencilla.
Según Mauro Zambrano, “la mayoría de los jefes de familia son albañiles, pintores de brocha gorda, electricistas, vendedores de caramelos, de todo”.
Él mismo, con las manos sucias de cemento, cuenta que la vida es tranquila, que aunque no tienen ni parque infantil ni centro de salud, se las ingenian para no pasarla tan mal.
“En las noches salimos a jugar naipe, a conversar, porque no se puede hacer nada más. Las señoras se quedan arriba, viendo televisión o alguna novela”.
También dice que, urgidos por la necesidad, han acondicionado una cancha de tierra con arcos de caña en la que los fines de semana los goles saben a gloria. Es solo un canchón improvisado, pero a la hora del juego es otro Monumental. 
De sus expresiones se deduce que no tienen muchas opciones, pero celebran una coincidencia: la mayoría, al menos en ese bloque de viviendas, llegó de la ciudadela Briones y por eso se conocen.
Es como si se hubieran mudado con todo y casa. Todos llegaron con sus compadres incluidos.
El olor de un pescado frito que se escapa por una ventana cercana indica que ya es hora del almuerzo. 
Doña Maruja Saltos, otra vecina, jarra en mano, ve por la buena salud de sus plantas, sembradas con esmero en unas macetas sostenidas por una pila de bloques.
Hay albahaca, yerbabuena, oreganón y otras medicinales que no pueden faltar en un sitio en el que ni siquiera hay centro de salud. Ni farmacia.
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