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Duro y parejo.
A las 12 de la noche termina sus faenas

A sus 92 años y unos cuantos días, cuando debería estar jubilado gozando de pensión, Arturo Zambrano aún está trabajando.

Domingo 23 Septiembre 2018 | 11:00

 Muy temprano sale de su casa, ubicada en una loma de El Guabito. Pero no lo hace solo, sino con unas pocas mandarinas, guineos y mameyes, además de una botella con detergente y una esponja para limpiar los parabrisas de los carros. Ese es su equipo de supervivencia.

Menudo de cuerpo y vestido con una ropa de extremada sencillez, con una gorra en la que se lee “Club de aventureros”, don Arturo explica el por qué de esa vida que transcurre en una esquina de la vía a Santa Ana desde las 8 de la mañana hasta las 5 de la tarde.
“Cuando era chico trabajaba en el campo, sembrando maíz, maní, plátano, papaya y yuca, llegué a sembrar hasta 12 cuadras”, cuenta don Arturo mientras recibe el saludo vocinglero de pasajeros y conductores que pasan a esa hora por allí. Él contesta todos los saludos sin saber de quiénes se trata.
“Son amigos, gente que me ve todos los días”, dice.
Cuando pasó el tiempo y perdió sus tierras, tuvo que buscar la calle, aun cuando esto representa muchos peligros por su edad. Asimismo, dice por qué.
 
Condiciones. “Si a mí me perdonaran la planilla de la luz, del agua, los impuestos prediales, entonces dejaría de trabajar sin problema. Pero como no lo van a hacer, entonces trabajo. Además, a mí no me da pereza hacerlo”.
Prueba de que no tiene pereza es que, luego de que termina su faena en esa esquina de El Guabito, una hora más tarde se va hasta la esquina de las calles Pedro Gual y Córdova, en donde vende natilla y chicha hasta las 12 de la noche sin ninguna fatiga. Incluso, a veces se regresa a pie.
Para confirmar su estado saludable asegura que si no hubiera montañas sería capaz de ver hasta Santa Ana. “Si soy flaco es porque soy mujeriego”, dice, sin ningún arrepentimiento de por medio, quien enviudó hace 8 años y tiene 5 hijos, todos “bien ubicados”. 
 
Ganancias. Sobre sus ganancias prefiere no dar detalles, aunque no pasan de 4 dólares diarios, pues la cosa está mala. “Cuando limpio los parabrisas de los carros muchos me dicen que no han cobrado, que no han ido al banco, hasta eso ya cambia la luz del semáforo y se van. Así no es negocio”, asegura don Arturo, quien tuvo entre sus clientes al famoso capitán Quevedo, muerto en una histórica reyerta popular.
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