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Riochico
El centenario "apagafuegos" que tiene sus recuerdos intactos

El rostro le cambia al maestro Carlos Chinga Cedeño cuando se acuerda de su época de bombero en Riochico.

Sábado 22 Septiembre 2018 | 11:17

En esos tiempos el hombre, oriundo de Portoviejo, llegó a la parroquia Riochico cautivado por el amor hacia su esposa, Ana Rosa Zambrano. 

En la parroquia se establecieron, hicieron amigos y tuvieron 15 hijos. 
Señala que cuando no estaba en el trabajo se lo encontraba en el Cuerpo de Bomberos, de reciente creación en ese sector, donde él fue uno de los primeros voluntarios.
La cédula que muestra señala que tiene 98 años, sin embargo sus familiares mencionan que ya cumplió 104 y esos 6 años que faltan se debe a que en esos tiempos las inscripciones se hacían con retraso, explica su hija Margarita.
En todo caso, el maestro Chinga es una máquina de recuerdos,  un hombre con el que se puede conversar. La historia bomberil lo apasiona y no es para menos. Estuvo en esa institución desde el año 1955. En esos tiempos, recuerda, los incendios se apagaban con “timbalete”, que es como llamaban a los carritos equipados con un tanque para llenarlos de agua y a los cuales debían hacerles girar una manivela para darle presión al chorro de líquido.
Agrega que el recipiente era pequeño, pero era la única manera que tenían para combatir al fuego en la casas de caña de aquellos tiempos. A Chinga le tocó enfrentar incendios en Portoviejo y Riochico.
Caramelos. Además se hizo muy popular en la parroquia Riochico porque elaboraba caramelos a base de azúcar, agua y vegetales de colores. La golosina cristalina y dura cautivaba a los niños de la época y él, con su receta secreta, endulzaba la vida de los pueblos a los que visitaba de tienda en tienda.
En ocasiones se iba caminando hasta Portoviejo, atravesando los cerros, en un recorrido de dos horas en las que nadie extrañaba los carros, refiere.
Cuando se terminó el dulce negocio de los animalitos de caramelos, se dedicó por completo a la carpintería para hacer casas. Sus habilidosas manos y su fuerza lo hicieron construir cientos de viviendas en toda la comarca, incluso en los balnearios San Jacinto y San Clemente. Esa labor hizo que lo conozcan como “el maestro Chinga” y con ella pudo mantener a todos sus hijos, pues aparte de los 15 con su esposa tuvo cuatro más antes de casarse. Era alto y de ojos gatos, menciona entre risas.
Actualmente pasa entre Portoviejo y Riochico, en la capital vive en la Medardo Cevallos y calle Argentina.
Gusta mucho de leer El Diario y también ve noticias en la televisión. Su hija menciona que don Chinga decía que el lujo de la familia es la comida. Era fanático de la gallina de granja.
Los fines de semana se va a su finca en Riochico, donde se dedica a recoger cacao, que pone a asolear y luego lo vende, generando dólares para darse sus gustos.
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