Cuando Erasmo Peralta llegó por esas laderas lo hizo por el pedido de su padre de que estuvieran más cerca, “por cualquier cosa”.
Él compró su terreno a la señora Paulina Sabando, dueña de todas esas tierras -por arriba y por abajo- en algo más de 300.000 sucres. No se podía pagar más, ya que no había servicios y la visita de culebras a las casas era frecuente.
“Una vez encontré una en el armario del dormitorio”, recuerda Peralta, quien llegó por allí hace 30 años y asegura que los taxistas más viejos conocen ese callejón con su apellido.
En aquella época no había luz, ni agua; para obtenerlos tenían que comprarlos a quienes sí tenían.
Reconoce que una de las principales características del vecindario es que son solidarios y bien llevados.
Recuerda que en medio de la calle había un árbol espinoso, un aromo que ya no está y que se lo sacó cuando se hizo la vía.
Pero aunque salió el árbol, la calle no fue intervenida y siguió tal como cuando llegaron: puro lastre, polvo y tierra. Esto les representa un grave problema, sobre todo en invierno, cuando el agua arrastra todo lo que más puede a su paso.
Xavier Solís, del área de Obras Públicas del municipio, indicó que, para este año no está prevista ninguna obra en el sector.