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Costumbres
Mango con sal, uno de los preferidos...

De los 3.070 alumnos que tiene el colegio Olmedo, por lo menos uno al día extiende sus manos tras las rejas en busca de golosinas.

Miércoles 19 Septiembre 2018 | 11:00

 Prohibidos de salir por las autoridades del centro de estudios, no les queda más que comprar a la entrada, en el recreo o a la salida. Así ha sido desde siempre, en una especie de ritual de compra-venta que, lejos de extinguirse, se afianza con los años.

Kenny Zambrano vende mangos de hace 30 años en ese espacio por el cual no paga nada, pero que le ha costado esfuerzo conseguir por la competencia.
“Antes vendía granizado, pero desde hace algún tiempo vendo mangos, obos, ciruela y otras frutas verdes”, cuenta Zambrano, oriundo de San Plácido.
Así, mientras cuenta su vida, tras las rejas del colegio tres chiquillos le piden una fundita de mango, pero con “bastante sal y pimienta”. El hombre acata el pedido y recibe la paga. 
A un costado suyo, bajo un parasol curtido, pero en el cual aún se diferencian los colores, doña Zolia Quiroz Pico se muestra amable con la clientela lejana, la misma de su compañero.
Ella vende una infinidad de golosinas -caramelos, chocolates, papitas, etc.-. Lleva ocho años en lo mismo, desde las 06h00 hasta las 14h00. 
Para ambos, todos los días son iguales, la clientela se mantiene, su ganancia, de 15 a 20 dólares, no varía.
 
Más de lo mismo. Igual pasa con Juan Giler, de cuyo negocio se escapa un olor como a pan caliente. Son los tradicionales deditos de harina con queso que vende desde hace diez años en el mismo lugar y con la misma clientela: alumnos.
Asegura que, aunque no es del todo bueno, del negocio “sí se saca para la comida y alguito más”. 
Al igual que sus compañeros de vereda, recibe los pedidos desde lejos. A veces toca hacer aclaraciones sobre el precio y la cantidad. “¿Cuántos quieres? Son a diez centavos”.
En vacaciones los vendedores corren suertes distintas, pues unos se van en busca de otras actividades -Kenny viaja a Durán a ayudar en la venta de pollo asado-, mientras los otros dos salen a recorrer las calles de la ciudad hasta que nuevamente suene la sirena de entrada a clases.
Al mediodía la competencia se enfurece porque otros vendedores ambulantes se apegan por la zona: no faltan los que venden avena, bolos, helados. Pese a ello, tanto Kenny como Zoila y Juan tienen sus clientes seguros. Al fin y al cabo, son más de 3 mil los que entran cada día por la gran 
puerta.
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