A los 12 años de edad comenzó a trabajar en el mercado de Chone y a los 14 empezó su adicción a cualquier clase de licor.

Aceptaba alguno que otro trago, pero cuando menos lo pensó ya su consumo no era en pequeñas, sino en grandes cantidades.

Carlos dijo que a pesar de que sus padres lo castigaban y le decían que el trago le hacía daño, no escuchaba los consejos.

Así como se alimentaba a diario, también era su necesidad de beber. Y llegó un momento en que el vicio lo dominó.

 

Perdido. “En mi vida tuve muchas borracheras y ninguna superaba a la otra, por eso continuaba bebiendo y me afectó económica y espiritualmente. A  pesar de estar rodeado de mi familia, me sentía solo”, dijo.

Recuerda que una vez despertó en la celda de una  cárcel, y al hacer memoria del por qué estaba preso se acordó que había protagonizado un escándalo la noche anterior.

Todo había sido porque el alcohol lo transformaba, ya que cuando estaba sobrio era una persona pacífica, pero borracho era otro.

Hubo un cambio en su vida. Cuando se comprometió tuvo una hija y lo que le pasó a la niña lo ayudó a su recuperación alcohólica. La niña padecía de  diabetes infantil.

Por esa experiencia decidió que su vida tenía que llevar otro rumbo. Le pidió a Dios que ayudara a su pequeña y él prometió no emborracharse más.

 

El pedido. Carlos Antonio dijo que Dios le concedió que su hija se recuperara y él a su vez se internó en una clínica de rehabilitación. Desde entonces ya no bebe. A veces comparte reunión con bebedores, pero mantiene distancia. Sabe que es mejor evitar las tentaciones.

“Le agradezco a Dios porque mi hija sanó, yo también dejé el alcohol y le pido al Creador que me dé muchas fuerzas para seguir en recuperación”, declaró. 

Él sabe que aunque lleva 19 años sin beber, la pelea es día a día.