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Homenaje a Don Pablo Emiro Gómez pazos
Homenaje a Don Pablo Emiro Gómez pazos
Por: Universi Zambrano Romero

Viernes 13 Julio 2018 | 04:00

Los mejores recuerdos de mi infancia en Bahía de Caráquez están vinculados a mis compañeros de escuela; pero entre ellos sobresale Pablo Aníbal Gómez Santos, con quien me une una amistad permanente, indestructible, de más de siete décadas. Su padre, don Pablo Emiro Gómez Pazos indudablemente era una de las figuras prominentes de la ciudad.

Durante muchos años fue la primera autoridad del cantón ejerciendo funciones de Jefe Político. Su figura inspiraba respeto y admiración. Adusto, pulcro, elegante, casi siempre vestido de rígido traje de casimir. En las mañanas soleadas lucía gafas oscuras que lo caracterizaban más.
Como yo vivía en el barrio Astillero, mi paso obligado para ir a la escuela y después al colegio Alfaro era la esquina de la cervecería nacional –su lugar de trabajo- donde él por lo general permanecía sentado en una silla de tijeras leyendo un libro o revisando la prensa del día. “Buenos días, cholito”, me decía con un gesto de amabilidad paternal. A veces me detenía a charlar con él. Siempre tuve la propensión de amistar con los mayores a mí. Cuánto se aprende de los mayores, cuando uno los escucha con respeto y atención. 
Él siempre me valoró y apreció porque se había dado cuenta de que yo era uno de los mejores amigos de Pablito…que así lo trataba siempre con verdadero cariño. Esa amistad fue creciendo con el paso del tiempo. Muchas veces me hizo el honor de invitarme a almorzar los domingos en su “castillo” de San Roque. Él había escogido el lugar más propicio para construir su casa en lo más alto de la montaña, como buscando un lugar donde pudiera deleitarse mirando el mar, la playa, la punta bellaca, los atardeceres. 
Él había venido de la provincia del Chimborazo, tal vez por esa razón le fascinaba mirar el océano insondable, los atardeceres incomparables, especialmente en los meses de invierno. Su erudición se debía quizás al hecho de haber estudiado en Riobamba con los jesuitas; estuvo a punto de llegar al sacerdocio, pero su vida cambió al llegar a Bahía para enamorarse de una bella dama caraquense, doña Ida María Santos, con quien procreó muchas hijas e hijos. Don Pablo  fue el verdadero formador de Pablito, su hijo, en quien había puesto todo su amor y cariño. Pablito, desde la escuela fue un gran declamador; tenía una memoria prodigiosa y una extraña voz de tenor. Con el paso del  tiempo descubrí que su verdadero mentor fue  su ilustre padre. 
Don Pablo, como todo hombre inteligente, tenía un buen humor; siempre con la chanza a flor de labios. Gran conversador, anecdótico, inspiraba respeto y una veneración.
Muy cerca de su ocaso lo vi por última vez en Guayaquil, donde mantuvimos una charla inolvidable; y me pidió que siempre mantenga esa gran amistad con Pablito. 
Los hijos únicos somos especiales. Tratamos de encontrar en nuestros amigos y en nuestros hijos al hermano que no nos dio la sangre; es por eso que Pablo Gómez Santos ha sido y seguirá siendo uno de mis mejores amigos, a quien admiro y respeto por sus dotes de gentil caballero, inteligente y buen poeta.
 
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