Los primeros terrenos de lo que hoy es el barrio San Pedro comenzaron a venderse “lotecito por lotecito”, según iban llegando nuevos moradores.
Tratábase de personas del campo que se habían empleado en la granja de César Fernández, que operaba allí y, según algunos extrabajadores, llegó a emplear hasta 1.000 personas.
Entre esas personas, oriundas del campo, de los bajos de Santa Ana, estaban Nicolás Pilay, Ciro Tubay, José Quijije, entre otros.
Silvia Roldán, vicepresidenta del consejo barrial de San Pedro, conoce esa historia porque es una de las descendientes de esa pléyade de campesinos llegados a buscar mejores días en ese sector, al que muchos reconocen solo por Reencauchadora Galarza.
“Según me cuentan, esto era montaña, hasta que comenzaron a vender lotes de 10 de frente por 30 de fondo”, cuenta doña Silvia.
En esa época no había agua potable y 30 años después tampoco sigue habiendo; tienen que comprar a los tanqueros para llenar las cisternas o tanques. En la época de fundación se alumbraban con candil o velas, hasta que llegó la luz, “bajita, bajita”.
En invierno el dolor se duplica, porque los niños tienen que bajar en hombros y los mayores deben ponerse fundas en los pies.