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Tema del Día
Padres multifacéticos en nombre del amor

Ser padre, está confirmado, no solo es engendrar, sobre todo es dar amor, cuidado, impartir valores, preparar a los hijos para la vida.

Domingo 17 Junio 2018 | 16:44

En la casa de la familia Macías-Vera hay poco espacio para las tristezas. Esto, a pesar de que durante el terremoto de abril del 2016, su casa, conseguida con el esfuerzo de toda una vida, colapsó hasta desaparecer de esa esquina del barrio El Papagayo.

Han pasado más de dos años y padres e hijos, como siempre, giran en torno de un hombre todo sencillez, de ojos achinados y disposición ilimitada al diálogo. 
Solo que esta vez los testimonios, por ser el Día del Padre, corren a cargo de sus tres hijos: María Antonieta, Carlos y María Isabel, todos profesionales.
María Antonieta es la mayor y, quizás por eso, por ser la primera, es la engreída de papá. 
Todos coinciden en eso, tanto que dicen que ella es un “copy y pega” suyo.
“Considero que es un padre extraordinario, ¿por qué? Porque no tuvo una infancia muy buena y, a pesar de todos los contratiempos, hemos tenido lo que hemos querido”, dice María Antonieta, para quien don Carlos, maestro jubilado, siempre ha sido su apoyo, incluso hoy, que ella está realizando una maestría, recibe respaldo.
Segura de sus palabras, precisa que su padre es muy consentidor y que “aquí en esta casa la estricta es mi mamá”.
Sus recuerdos se remontan a un día en el cual ella perdió el semestre en la universidad; esperando una severa reprimenda, solo escuchó de su padre la amable invitación a merendar. Así de sencillo y determinante es, para ella, su padre.
Carlos y María Isabel comparten la opinión de su hermana mayor. 
Padre 13 veces.  Don Viterbo Pilay casi no habla, casi no ve y camina muy poco. 
Resulta difícil pensar que un hombre con esas limitaciones haya tenido el empuje y las ganas para procrear nada menos que 13 hijos, 6 hombres y  7 mujeres: Nicolás, Rogelio, Marcos, Segundo, Manolo y Antonio; Julia, Mariana, Gilma, Élida, María, Inés y Guadalupe.
Sentado en una silla plástica en el barrio San Pedro, cuenta con sus pocas palabras que siempre fue agricultor y que su último empleo fue en la granja de César Fernández, en donde trabajó por 10 años.
Sin quejas de por medio, alcanza a decir que, a pesar de las dificultades, siempre tuvo para criar y formar a todos sus hijos.
Dos de los que están presentes se pronuncian sobre su progenitor.
“Hasta aquí se ha portado excelentemente bien; con sus poquitos estudios nos sacó adelante”, manifiesta Marcos, quien vive con él.
María también lo cuenta a su manera: “Ha sido y es un buen papá, trabajador; nunca fue grosero con mi mamá ni con nadie”, afirma.
Don Viterbo, quien va a cumplir 85 años, enviudó hace 4, cuando falleció la madre de todos sus hijos, doña Dolores Vinces.
> doble rol. Gil Rodríguez Holguín es oriundo del cantón Vinces, del llamado “París chiquito”, aunque, claro, no alcanzó a vivir la época de los gran cacao. 
Pero, pese a ese detalle, su vida, cuando recién se casó con Dora Valverde, no tenía nada que envidiarles a los fulgores pasados: era capataz de una hacienda, ganaba bien, tanto que pudo darse el lujo de tener 6 hijas; sin embargo, para 1992, la vida cambió.
“Mi mamá, entusiasmada con la idea de hacer plata, aunque no necesitábamos, se fue para España. Pero lo malo fue que lo hizo de un día para otro, un lunes solo dejó una carta de despedida y se marchó”, recuerda Clemencia Rodríguez, la mayor, quien aprendió a cocinar a los 10 años para atender a sus demás hermanos.
Pero lo peor no era eso; lo peor fue que, al cabo de tres meses, llamó a decir que iba a comenzar una nueva vida junto a un cuencano que le había dado acogida en Barcelona. Se había enamorado “de golpe y porrazo”.
¿El resultado?  Don Gil, en poco tiempo, se quedó con sus 6 hijas, todas menores de edad, sin tener a quién acudir, pues su madre ya había muerto.
“Desde entonces mi papá se convirtió en madre y padre. No se alcanzaba con todos nosotros, pero siempre estuvo allí, cuidándonos. Para completarla, perdió el trabajo porque, por vernos a nosotros, faltaba mucho. Pese a eso, se empleó en un depósito de madera y salimos adelante. Hoy todos somos profesionales”.
Quien dice esto es Piedad Rodríguez, la tercera de sus hijas, propietaria de un negocio de productos agrícolas en Vinces.
Don Gil tiene ya más de 80 años y nunca se volvió a casar porque su compromiso, a decir de sus hijos, continuó, pero solo con ellos. 
De su madre saben muy poco, casi nada.
Su fortaleza. Javier Pincay tiene en la mirada todo el peso de los recuerdos. Parece que va a llorar, pero ver de lejos a su hijo Jeremy Javier, dándole duro a la número 5, le devuelve la serenidad. 
Sentado en la grada de la cancha del parque El Mamey, el concejal rural acepta hablar de lo que todos saben, pero pocos entienden a cabalidad: la pérdida de su esposa Vicky y de su hija Juleidy.
Ambas fallecieron durante el terremoto del 2016 en circunstancias en la que hubo de todo: desde lo absurdo de la muerte hasta la vitalidad de un amor que ha trascendido cualquier limitación. 
Primero hubo una rosa todos los días en sus tumbas, pero luego ya no fue necesario porque ese amor se convirtió en una razón de vida.
Asumir esa soledad junto a su hijo le planteó muchas encrucijadas; hasta llegaron a decir -cierta prensa sensacionalista- que se había ahorcado y matado al único hijo que le quedaba. Nada más alejado de la verdad, porque, según cuenta ahora, ese hijo fue su motor para no caer.
“Mi hijo me fortaleció porque toda su parte afectiva y emocional quedó vacía, se le había ido”, cuenta Pincay. De allí que su misión, a toda costa, fue esa: tratar de devolverle a su único vástago esas pérdidas sin reemplazo.
“Mi niña era mi engreída y mi hijo era el engreído de mi esposa”, relata Pincay, quien escribió un libro sobre su tragedia personal.
Al cabo de unas cuantas correteadas junto a sus compañeros de entrenamiento, Jeremy hace una pausa necesaria para subir las gradas y decir que “tengo el mejor papá del mundo, me quiere, me cuida, me hace dormir y me hace el desayuno”.
Compras. El día previo a la celebración del “rey del hogar” fue de apuros de última hora para quienes no habían comprado el regalo para su progenitor.
Carlos Pincay fue uno de los previsivos. “Le compré ropita a mi papá, lo importante es compartir con él” dijo mientras buscaba con su esposa, Verónica Vélez, un parlante en almacén Artefacta. Ellos indicaron que hoy pasearán y van a “matar la gallinita”.  
Andrés Marcillo le compró una pijama a su abuelo y ropa para su tío. Con ellos, que lo criaron junto a su mamá, pasará este día. Son sus “papás” porque le dieron el cariño que su progenitor le negó cuando abandonó a su mamá, dijo. 
En la zona comercial de Portoviejo la actividad fue intensa ayer. La jefe del almacén Artefacta, Lester Zambrano, dijo que por coincidir con el mundial de fútbol ha habido una gran demanda de televisores, al punto de que han vendido hasta 35 aparatos en un día.
A los cementerios también llegaron familias a preparar las tumbas a donde hoy llevarán flores al padre que se les adelantó en el viaje sin regreso. 
Son facetas diversas y un solo amor: el que se siente por el papá.
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