“Esto era un barranco, botado, y el río llegaba hasta al pie de mi casa”, evoca doña Rosa, mientras cierra los ojos un momento, como a la caza de algún detalle que pudiera omitir.

Su casa la construyó poco  a poco, con mucho esfuerzo, como casi todas las del sector, cuyo nombre se debe a la señora Margarita Vera, propietaria de algunos terrenos en el lugar, solares que luego se fueron vendiendo.

Como en casi todos los barrios de esa época, los servicios básicos brillaban por la ausencia. Y fueron los propios moradores los que tomaron la iniciativa para mejorar la situación.

“Don Toala y don Posada fueron quienes pusieron las primeras cañitas para la luz; el agua la comprábamos a don Miguel Mieles, quien sí tenía llave.

Todo era en sucres y, al tiempo de hoy, parecía regalado. La vida era sencilla, pero, según ella, se vivía sin mayores apuros.

En La Margarita nunca ha habido escuelas, colegios, ni iglesias, pero sus moradores se las han arreglado para vivir en medio de esas carencias. Lo que sí les molesta es que las calles den polvo en verano y mucho lodo en invierno.