Existen en Charapotó hombres que ‘arreglan’ huesos. Hay también médicos que podrían hacer lo mismo, pero a estos hombres la gente los busca.
La mujer hasta enredaba los pasos para caminar, pero luego de unos minutos salió bien. Como si hubiera ingresado a una rectificadora de huesos.
Hido comenta que de esos ha tenido varios casos. Le han llevado gente de todos lados.
Llegan de Guayaquil, de Quito, hasta de Perú.
“Esto es un don que recibe cierta gente, y aquí en Charapotó algunos sabemos cómo arreglar los huesos”, expresa.
Un cliente. Hido tiene un cliente esperando. Ha llegado con una lesión en el hombro.
Se cayó de una bicicleta y desde entonces tiene un bulto en el hombro del tamaño de dos canicas juntas.
Se llama Onicio, un agricultor de Junín que ya no soporta el dolor y está desesperado por una cura.
Onicio se acuesta boca abajo. Hido le toma el brazo como quien va torcerle el cuello a una gallina. Dos personas le ayudan a sostener el cuerpo.
Hido gira el brazo, lo hala, luego lo presiona al cuerpo y la bola del hombro va desapareciendo. Onicio suelta un grito de dolor y cierra los ojos.
“¿Está desmayado?”, pregunta uno de los asistentes mientras Hido sigue manipulando el brazo.
Onicio no abre los ojos.
“Despierte”, le dicen y él pestañea como señal de que sigue en este mundo.
Hido lo sienta al borde de la camilla. Le coloca una pomada y le dice que tiene que vendarse el brazo para que se le deshinche rápido. En unos siete días estará andando nuevamente en bicicleta.
Onicio sonríe, todos sonríen.
Otros más. En el mismo pueblo hay otros dos sobadores famosos por sus sanaciones, pero muy reservados.
Mario Medranda cuenta que hace más de 15 años trabajó con el papá de uno de ellos. Se llamaba Arcadio Mero. Falleció a los 54 años de un paro cardiaco. Un hombre que nació con ese don de sanar los huesos de la gente.
Desde chiquito Arcadio curaba a sus amigos que se lesionaban jugando fútbol. Él sabía dónde quedaban los huesos dentro del cuerpo. Incluso leía libros sobre traumatología (rama de la medicina que estudia los huesos).
Ramón Mero dice que él y sus sobrino (hijo de Arcadio) aprendieron el oficio de su hermano. Aunque actualmente él ya está de retirada.
En los exteriores de la casa de los Mero la gente espera para atenderse. A veces llegan de 20 o de 30.
Arturo Sabando llegó desde el cantón Milagros, en la provincia de Guayas, con una lesión en la mano. Cuenta que allá hay médicos que cuentan con años de estudios para sanar sus huesos, pero para su suerte en Charapotó existen hombres que arreglan los huesos.