Actualizado hace: 937 días 11 horas 1 minuto
Charapotó
La rectificadora de huesos

Los sobadores son muy frecuentados por su habilidad para curar lesiones.

Miércoles 18 Abril 2018 | 16:48

Existen en Charapotó hombres que ‘arre­glan’ huesos. Hay también médicos que podrían hacer lo mismo, pero a estos hombres la gente los busca. 

La mujer hasta enredaba los pasos para caminar, pero luego de unos minutos salió bien. Como si hubiera ingre­sado a una rectificadora de huesos. 
Hido comenta que de esos ha tenido varios casos. Le han llevado gente de todos lados. 
Llegan de Guayaquil, de Qui­to, hasta de Perú. 
“Esto es un don que recibe cierta gente, y aquí en Chara­potó algunos sabemos cómo arreglar los huesos”, expresa. 
Un cliente. Hido tiene un cliente esperando. Ha llegado con una lesión en el hombro. 
Se cayó de una bicicleta y des­de entonces tiene un bulto en el hombro del tamaño de dos canicas juntas. 
Se llama Onicio, un agricultor de Junín que ya no soporta el dolor y está desesperado por una cura. 
Onicio se acuesta boca abajo. Hido le toma el brazo como quien va torcerle el cuello a una gallina. Dos personas le ayudan a sostener el cuerpo. 
Hido gira el brazo, lo hala, luego lo presiona al cuerpo y la bola del hombro va desa­pareciendo. Onicio suelta un grito de dolor y cierra los ojos. 
“¿Está desmayado?”, pregun­ta uno de los asistentes mien­tras Hido sigue manipulando el brazo. 
Onicio no abre los ojos. 
“Despierte”, le dicen y él pes­tañea como señal de que si­gue en este mundo. 
Hido lo sienta al borde de la camilla. Le coloca una po­mada y le dice que tiene que vendarse el brazo para que se le deshinche rápido. En unos siete días estará andando nuevamente en bicicleta. 
Onicio sonríe, todos sonríen. 
Otros más. En el mismo pueblo hay otros dos sobado­res famosos por sus sanacio­nes, pero muy reservados. 
Mario Medranda cuenta que hace más de 15 años trabajó con el papá de uno de ellos. Se llamaba Arcadio Mero. Fa­lleció a los 54 años de un paro cardiaco. Un hombre que na­ció con ese don de sanar los huesos de la gente. 
Desde chiquito Arcadio cu­raba a sus amigos que se le­sionaban jugando fútbol. Él sabía dónde quedaban los huesos dentro del cuerpo. In­cluso leía libros sobre trauma­tología (rama de la medicina que estudia los huesos). 
Ramón Mero dice que él y sus sobrino (hijo de Arcadio) aprendieron el oficio de su hermano. Aunque actual­mente él ya está de retirada. 
En los exteriores de la casa de los Mero la gente espera para atenderse. A veces llegan de 20 o de 30. 
Arturo Sabando llegó desde el cantón Milagros, en la pro­vincia de Guayas, con una le­sión en la mano. Cuenta que allá hay médicos que cuentan con años de estudios para sa­nar sus huesos, pero para su suerte en Charapotó existen hombres que arreglan los huesos. 
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