Tiene historia. Este hombre tiene un puesto bien ganado entre su comunidad.

Su nombre está en la lista de los últimos artesanos que tejen -en antiguos telares de madera- la vestimenta que poco utilizan los habitantes de este poblado ubicado a 10 minutos del centro parroquial. 

La técnica la heredó de sus padres Ignacio y Delia Defaz, a quienes recuerda con admiración.

Cuenta que en el pueblo había más de 50 tejedores, pero desaparecieron porque la vestimenta fue cambiando y ya no había a quién vender. 

Muchos migraron a Quito y otras ciudades de Ecuador.

“La mayoría de los artesanos se hicieron comerciantes de legumbres, me quedé solo en este oficio de 150 años y que es parte de la herencia ancestral de nuestros pueblos”, confiesa el artesano.

Su taller funciona en una casa antigua de una planta construida con bloque, madera y techo de zinc. En el lugar conserva la antigua máquina donde laboraban sus progenitores, y para él “es un tesoro”.

Está compuesta por unas rodelas gigantes donde templa el hilo para cruzar las hebras de colores y dar forma a las figuras y una tela fina.

Recuerdos. Ángel Barahona recuerda que anteriormente  tejía los tapices y tela de jerga para enviarlos a Guayaquil. 

Las bayetas y rebozos los comercializaba en Ambato, pero por la edad dejó de viajar a esas ciudades.

Su hija Blanca dice que pocas personas utilizan los servicios de su padre, debido a que la mayoría migró y otros prefieren ir a las ferias a comprar al ser más baratas que las confeccionadas en lana.

El artesano asegura  que es importante que el tejido ancestral no desaparezca para que las nuevas generaciones valoren su identidad, cultura y destaquen sus raíces donde quiera que vayan.