Con los compañeros de ayer sentimos que hemos vivido, gracias a Dios, felizmente, más de los casi setenta que apresuradamente golpean las puertas de la tarde de la existencia. 

Pero… de repente la memoria se llena de perfumes juveniles de los primeros amores, de cuando las niñas del vecino colegio Marianita de Jesús tenían prohibido que sus pretendientes las acompañáramos hasta las puertas de su institución educativa mientras caminábamos por la cinta “encementada” de la calle Córdova hasta el Cristo Rey; pero ellas, con una canción de moda le cantaban a sus monjitas: “de todas maneras el cariño es el mismo”.

Al terminar primer grado, las madres del Marianita nos recomendaban ir al Cristo Rey porque los niños de siete años no se debían juntar en su escuela con las niñas. Y llegamos al “Seminario”  fuimos guiados por los maestros Nadhezda Alarcón, Gonzalo Acevedo, Marle Castro y Lauro Alvarado. Luego en el colegio recibimos las enseñanzas de los sacerdotes Jesús Aliaga, Alonso Ascanio, José Nevado, Carlos Riofrío, José Sancho, Tomás Díez, Ricardo Zúñiga, Gabriel Rona, Mesías Silva, Egidio Fierro, Flavio Vélez, César Orbe, Ignacio Ayerve, Julio Calderón, Ignacio Abrizqueta, Joaquín Jiménez, Manuel Corrales, y de Vicente Beltrón, Galo Vélez, Manuel García, Maurilio Mera, entre otros. Ellos nos ayudaron a despegar y emprender el vuelo de la vida y a enriquecer nuestra alma.

El 20 de enero de 1967 nos graduamos de bachiller Raúl Andrade, Mario Arteaga, Walter Andrade, Rigoberto Bazurto, José Bitar, Hans y Williams Brunner, Wagner Carrión, José y René García, Luis Fernández, Ignacio Garzón, José Intriago, Alejandro y Jorge Lara, Marcelo Moscoso, Remigio Navarrete, Ricardo Pita, Miguel Reyes, Rafael Rodríguez, Marcos Sabando, José Salas, José Toro, Leonardo Uscocovich, Edgar, José y Ricardo Zambrano y Jaime Gordón.

En esta colección de sucesos evocamos a los compañeros que se nos adelantaron hacia la eternidad: Edgardo Avellán, Horacio Bowen, José Salas, Alejandro Lara, José Bitar, Antonio Navarrete, Marcelo Moscoso y Walter Andrade; añoramos nuestros sueños de ser sacerdote, y las ilusiones de la primera enamorada; el pitar inflado del P. Riofrío cuando cosechábamos sus mangos.

El empujar a los compañeros al canal de riego que atravesaba los predios; ver a todos los estudiantes formados en el patio para entrar a clases, bien alineados y en absoluto silencio, a la orden del P. Aliaga; y el aprobar el examen oral de religión tomado individualmente por Mons. Luis A. Carvajal. 

La misa diaria por la mañana y el rezar en la capilla al inicio de la jornada de la tarde nos fortalecieron el espíritu, la amistad y la solidaridad, nuestro amor a Cristo y la devoción a la Virgen Dolorosa.