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El cuarto de María Farfán

Desde que María Farfán fue abatida de 20 balazos, su habitación permanece intacta.

Jueves 23 Noviembre 2017 | 04:00

La casa de María Farfán es impecable. Tiene una ventana de casi tres metros, la puerta es de madera y en la sala hay un televisor conectado a nueve cámaras de seguridad instaladas alrededor de la vivienda. El piso brilla.

Sobre el mesón de la cocina sigue la botella de whisky que un amigo mexicano le regaló. En una caja de madera conservan el vino tinto que le obsequió un comerciante de pescado.
Su habitación sigue intacta desde el día en que fue abatida de 20 disparos en la ciudadela Urbirríos.
Dentro del baño están sus cremas para rejuvenecer la piel y el aceite de almendras que usaba para suavizar el cabello. 
También se halla un frasco de repelente y un producto para mantener sedosos los pies. En una repisa permanece la caja fuerte electrónica que utilizó para guardar las ganancias que le generaba el comercio de pescado. 
Junto al espejo hay dos pastas y su cepillo de dientes. Una cortina de plástico separa la ducha del inodoro. Es un baño sencillo.
Amuletos. Sobre su cama de dos plazas está el oso de peluche que le regalaron el día que cumplió 50 años.  Ella dormía con tres almohadas. En un velador sigue la imagen de la Virgen de Fátima y un rosario guardado dentro de una caja de cristal.
Frente a la cama está su clóset de madera, donde la ropa permanece como antes de su muerte: colgada, limpia y ordenada. Sus blusas, faldas y batas eran compradas en Tarqui. Nada era de marca extranjera. 
Encima del clóset está la foto de María Farfán acompañada de peluches, globos y flores.
Al otro lado de la cama hay una bandeja llena de dinero con el Buda de la Abundancia. Ella coleccionaba billetes y monedas de casi todos los países del mundo. Están los billetes mexicanos y las libras esterlinas  de Reino Unido. También hay monedas del yuan chino, soles peruanos, el colón de Costa Rica y euros. Ese buda gordo, chino y sonriente era su máximo amuleto de la buena suerte.
Dentro del cuarto hay una pequeña mesa donde ubicaba una almohadilla roja para acostar a un Cristo crucificado. 
Ahí también permanece una Biblia abierta junto al plato que usaba para prenderle velas a otra imagen de la Virgen de Fátima. Era su ángel guardián.  
En la esquina de la habitación sigue el anaquel donde colgaba la gorra negra, su boina gris y un sombrero de paja toquilla. También sus tres bolsos de tela y una cartera blanca tejida a mano con croché. Le gustaba andar ligera, sin maquillaje y con diadema.
Su cuarto está pintado de blanco, mide seis metros cuadrados y hay un plasma de 30 pulgadas.
Quien suele dormir en la habitación de María Farfán es su único hijo: Ricardo Flores. Él abrió por primera vez las puertas de la casa de su madre para contar qué pasó el día que la mataron.
Ricardo cuenta que su madre fue asesinada el viernes 26 de agosto del año anterior, a las 18h45, cuando estaba en un taller haciendo reparar su carro. 
“Antes de ir al mecánico, ella me pidió ir a la clínica  veterinaria a retirar su mascota, y  mientras regresaba a la casa decidí ir a Urbirríos a buscarla. Justo cuando ella iba a entrar al taller, aparecieron cuatro sicarios en un vehículo y todos les dispararon. Su muerte fue inmediata”, recuerda.
Él dice que no sabe quiénes  la mataron ni por qué.
Sueño truncado. Ricardo sabe que su madre fue señalada por la Policía como jefa de una banda delictiva dedicada a robar carros en Manta, pero afirma que ya había pagado con la cárcel su error. En el año 2000 fue sentenciada a 12 años de prisión por el crimen de Ángel Delgado.
Pese a que la Policía en algunas ocasiones la vinculó a organizaciones criminales, ella negó esa relación con grupos delictivos, tal como lo expresó en una entrevista en marzo del 2013, en la que señaló que era una comerciante y que trataba de vivir en paz.
El hijo asegura que después de salir de prisión  ella comenzó a trabajar en el comercio de pescado. Lo compraba en Playita Mía para venderlo en el mercado de Caraguay en Guayaquil. Con aquel trabajo construyó la casa en la ciudadela Costa Azul, compró dos carros, y tenía planes de adquirir un frigorífico para guardar pescado, pero 20 disparos acabaron con sus sueños.  
La casa es de cuatro pisos. Sobre los anaqueles de la cocina está la escultura de una negrita africana, y en el centro del comedor sobresale el cuadro de la Sagrada Familia. 
Antes de su muerte vivía con 20 familiares: primos, tíos, hermanos, cuñados y sobrinos. Ya nadie queda.
Ricardo cuenta que su madre tenía un novio, y que sus amigas íntimas fueron la gerenta de una empresa de jabones y una enfermera. El resto la buscaba para pedirle favores o simplemente para que le diera dinero. 
Ricardo dice que quiere pagar las deudas que tuvo su madre, vender la casa en 300 mil dólares, luego quiere marcharse de Manta y rehacer su vida en otro país. María Farfán tiene 15 meses muerta, su cadáver yace en el cementerio Jardines del Edén, y en la Fiscalía sigue estancada la investigación que busca descubrir quién ordenó su ejecución. Todo es un misterio.
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