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La política desquiciada
La política desquiciada
Por: Santiago Rivadeneira Aguirre

Jueves 19 Octubre 2017 | 04:00

El de Moreno es un gobierno de las frases rápidas y duras. No deja lugar a resquicios ni interpretaciones. Son sentenciadoras, además, porque apelan a la moral y a los principios. En suma, a la subjetividad de un país que acaba de perder las perspectivas, porque se siente acorralado entre la protesta o el acatamiento. Moreno, sin miramientos, acaba de inaugurar la nueva era de la política desquiciada, descompuesta, enloquecida.

El Ecuador vive en un laberinto sin salidas claras, ceñido a los órdenes externos: el mundo o el contexto que se representan en atmósferas grisáceas de una sociedad que teme verse a sí misma. Una porción de ciudadanos que pretende conservar intactas sus percepciones recientes. Otros que están tempranamente hartos de los vaivenes y un resto que apela a una cierta espontaneidad vital, al ensueño o a los supuestos prodigios de un gobernante que no sabe cómo orientarse.
Así pues, resulta manifiesto que la elección de la imagen del mandatario no solo es la elección de un motivo que puede ser simplemente gráfico. Es una forma indirecta y paródica de plantear la cuestión de la (nueva) política. Se trata, insistimos, de un autorretrato encubierto que se identifica con la imagen de su criatura imitadora. El presidente medita sobre el rol de salvador que ahora es y que siempre ha sido: una actitud casi siempre repetida, que se reinventa de forma obstinada a lo largo de nuestra historia republicana. 
El envilecimiento de la política, es como un juego irónico que también se emplea como interpretación de uno mismo por sí mismo: es una epifanía ridícula de lo político y del político. Lo más grave, a corto y mediano plazo, para la estabilidad del país, es presentar a la política como el circo y las ilusiones de los ciudadanos como centro de la verdad. Por eso la demagogia de la consulta popular como señal o indicación de un relevo de los dioses por los bufones. O al revés.
El político perturbado -descontento con su antecesor, y con la misma tienda partidaria de la cual salió, pero deseoso de juzgarla y de intervenir en ella, de erigirse en portavoz de su propia hipocondría- se alía abiertamente con la oposición y los detractores. En virtud de una inspiración infalible, ahora especula con el contenido de las preguntas de la consulta popular, impregnado de una ironía fúnebre, de lugares comunes y de un disfraz de baile de máscaras. Con esas imágenes residuales se efectúa la convocatoria para la aclimatación de la política, que prefigura lo que va ocurrir los próximos años.
Al final, lamentaremos la falta de espontaneidad original, de rigor conceptual e ideológico de una acción política más oportunista que transformadora, que significará solo una ambición regresiva, revestida de muchas formas imitadoras y artificiales.
 
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