Fue un proyectil el que penetró en su cuerpo y le dañó la médula espinal, quedando inválido. El hecho ocurrió en el 2001 mientras estaba en un centro de tolerancia de Manta.
Recuerda que con un grupo de amigos se fueron a tomar unas cervezas a ese lugar, y cuando se disponían a salir surgió un conflicto entre sus amigos y unos desconocidos, enfrentamiento que desencadenó un tiroteo.
“Unos de esos disparos alcanzó mi espalda; la bala ingresó y salió por el lado derecho de mi dorso y luego se incrustó en mi brazo derecho, que resultó fracturado”, explica Kléver.
Narra que cuatro de sus amigos también resultaron heridos, pero ellos se recuperaron. “Parece que la mala suerte estaba predestinada para que yo llevara la peor parte”, dice.
La realidad. Cevallos indica que cuando despertó estaba en la clínica San Gregorio. Estaba intubado y no sentía las piernas. Cuenta que al preguntar por qué no sentía sus piernas, el médico le respondió que al parecer la bala había afectado su médula, por lo que debían practicarle varios estudios clínicos.
Agrega que en ese momento creyó que su insensibilidad era pasajera, pero pasaron los días y la realidad era otra, sus piernas no se movían para nada y los exámenes confirmaron que la bala dañó la médula.
Cevallos señala que sus familiares no se dieron por vencidos y lo llevaron con otros médicos, pero el diagnóstico no cambió: su médula estaba afectada.
Cuenta que entró en depresión por el espacio de un año y medio.
Durante ese tiempo no salía a la calle y solo pensaba en vengarse de quien lo había dejado en una silla de ruedas. Pero estos malos pensamientos fueron desvaneciéndose gracias al amor y ternura que su esposa le daba día a día, dice.
Menciona que luego ingresó a trabajar a una empresa, donde se mantuvo 14 años. Pero la esperanza de volver a caminar estaba latente.
Experimento. Hacía una y mil cosas que le recomendaban, tanto que fue parte de un experimento con células madre, bastante doloroso, pero se aguantó; igual no sirvió de nada, pues no funcionó.
Kléber cuenta que su esposa Verónica Zambrano, con apenas 18 años en ese entonces, lo supo entender en los momentos más críticos del período de aceptación de estar en una silla de ruedas. “Ella es una guerrera que ha llorado y sonreído conmigo. Es mi amiga, esposa y amante incondicional. Sin ella no sé qué hubiera pasado con mi vida”, manifiesta.
Añade que su esposa cada día lo sorprende con hermosos detalles que le ponen ganas a su vida y fortalecen su matrimonio en medio de la adversidad que les tocó vivir.
Antes de la desgracia Kléver y Verónica ya eran padres de un niño que ahora los hizo abuelos.
Cevallos indica que hace poco dejó su trabajo debido a que su jubilación ya se está tramitando. Dice que solicitó su jubilación para apoyar el negocio de su esposa, un gabinete de belleza, con novedosos servicios. Agrega que con su cuadrón ayuda con la compra de insumos para el gabinete.