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La enfermedad de las voces

La esquizofrenia es una enfermedad confundida con la locura. Conozca la historia de tres personas que lidian con este mal.

Domingo 24 Septiembre 2017 | 04:00

Allí estaba otra vez aquel sujeto. Sentado frente a él y agitando las piernas como si usara una máquina de coser imaginaria.
Había llegado como todos los días a las cuatro de la tarde; con la misma camisa negra y sonrisa burlona del día anterior, pero con una propuesta diferente. “Tienes que matar a tu madre”, le dijo a Víctor sosteniendo la mirada.
“Tienes que hacerlo porque si no, mientras duermes,  ella te va a matar a ti”, añadió.
Víctor respondió que no iba hacerlo, se le acercó al rostro y le gritó que eso jamás lo haría. 
Su madre sufre de problemas mentales y descansaba en una habitación. 
El hombre ni siquiera se inmutó. Luego empezó a reír a carcajadas. Y su sonrisa eran como bombos en la cabeza de Víctor. Retumbaban en sus sienes. Le recorrían el cráneo como un panal de abejas. Lo estaba enloqueciendo.  “Deja de reír”, le gritó mientras se tapaba los oídos con las manos.
El hombre no cesaba sus carcajadas. Se puso de pie y tomó rumbo al cuarto donde estaba la madre de Víctor. Al darse cuenta de aquello, él agarró un machete y empezó a perseguirlo por la casa. Luego lo siguió por la calle y dieron la vuelta a una cuadra, luego dos y llegaron hasta la playa. De un momento a otro desapareció.
Víctor regresó a la casa, cansado, asustado. Observó a su madre y ella estaba tranquila, sentada al filo de la cama.  
Los vecinos acudieron a ayudarlo. Querían saber qué había sucedido. Él les contó lo que pasaba, pero no hallaron a nadie. 
Al siguiente día Víctor y su madre hicieron maletas y dejaron su ciudad, Pedernales, con rumbo a Manta. 
Llegaron a la casa de una hermana y esta decidió llevarlo a un psiquiatra, porque nadie en Pedernales conoce o vio al sujeto que acosaba a Víctor 
Días después, y luego de haber hablado casi una hora con el médico,  éste le dijo: “Señor, tiene que entender que ese hombre nunca existió, solo está en su mente, usted sufre de esquizofrenia”. 
Una enfermedad de la mente.  Las alucinaciones son un síntoma de la esquizofrenia. Esta es una enfermedad psiquiátrica que aparece a menudo en la adolescencia, entre los 15 y 25 años de edad, afecta a más de 21 millones de personas en el mundo, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). 
El psiquiatra Francisco Paredes dice que según estudios, uno de cada 100 habitantes en el mundo padecen la enfermedad, pero muchos no la desarrollan.  Esto significaría que  Manta, con aproximadamente 300 mil habitantes, tendría unos tres mil esquizofrénicos.  
Paredes dice que en sus 34  años de carrera ha conocido a 500 u 800 de ellos.  “El resto deben estar atendiéndose en Guayaquil, Quito o Portoviejo. O tal vez no han sido tratados por ningún médico”, expresa.
La razón de aquello, afirma el psiquiatra, es que hasta ahora la enfermedad suele confundirse con temas religiosos: posesiones diabólicas  o brujería.
Paredes señala que la esquizofrenia es una enfermedad que afecta a adolescentes y jóvenes. Se la conoce como la demencia precoz, porque aparece a una edad temprana. Ocurre en personas de 12, 14 o 15 años, luego de haber tenido problemas como decepciones amorosas o inconvenientes en el trabajo o estudios. 
Existen seis tipos de esquizofrenia: catatónica, paranoide, simple, residual,   desorganizada o hebefrénica y la indiferenciada (ver recuadro). La más común en Manta es la paranoide, afirma Paredes.  
Se trata de personas que escuchan voces y dicen ver gente que al final no existe.  “Esta gente escucha que le hablan al oído. Algunos, por falta de medicación o por automedicación, terminan descontrolados y cometen crímenes. Matan porque dicen que alguien les dijo que debían hacerlo. Hay que estar claros que escuchar voces no es exclusivo de la esquizofrenia. También aparece cuando se consume drogas o cuando se está en estado  maníaco”, expresa.
El Código Penal ampara a las personas que por incapacidad mental cometieran un delito o infracción.    
El artículo 34 hace referencia a esta situación: “No es responsable quien, en el momento en que se realizó la acción u omisión, estaba, por enfermedad, en tal estado mental, que se hallaba imposibilitado de entender o de querer”. 
Mientras que el artículo 32 establece que “nadie puede ser reprimido por un acto previsto por la ley como infracción si no la hubiere cometido con voluntad y conciencia”.
Uno de estos casos ocurrió en el 2010 en Guayaquil. Un hombre intentó asesinar a un niño de un mes y dos días de nacido con un pedazo de palo. La agresión provocó una herida sangrante en la pierna izquierda del recién nacido. 
El agresor fue detenido. Luego se supo que tres días antes de que cometiera el delito, el sujeto había recibido atención psiquiátrica por esquizofrenia paranoide  y estaba en  tratamiento desde el 2009. 
La justicia no lo pudo llevar a prisión y fue derivado a un psiquiátrico.   
Un problema de ciudad. Pero el tema de la esquizofrenia abandona los consultorios para convertirse en un problema social. 
Marcia Chávez, secretaria ejecutiva del Consejo de Protección de Derechos, dice que en Manta conoce dos casos de personas que padecen la enfermedad y en los que ha tenido que intervenir el municipio.
“Uno es el de un chico que vive en el centro de la ciudad, cerca al mercado Central. La gente  que no conoce denuncia que lo tienen abandonado, pero él no permite acercamiento de nadie y es difícil de tratar”, expresa. 
Otro caso es el de una chica que deambula por los barrios de la ciudad. A ella, asegura Chávez, la han llevado al hospital por varias ocasiones, pero como no hay un lugar que la acoja, vuelve a las calles. 
“Es un asunto serio y en Manta falta un lugar, como hay en Guayaquil, donde estas personas pueden tratarse de forma adecuada”, indica. 
Pablo R. concuerda con la funcionaria. Su madre padece de esquizofrenia y durante varios meses tuvo que viajar a Guayaquil para que reciba tratamiento en el hospital psiquiátrico Lorenzo Ponce. 
Él comenta que lidiar con la enfermedad no es fácil. 
“Yo como hijo sufro al ver a mi madre en ese estado. La veo padecer, decir que la acosan, que escucha voces o que la están mirando”, expresa. 
Un día Pablo estaba trabajando y recibió una llamada de su hermano diciendo que su madre se había caído en una cisterna. 
¿Cómo llegó allí? Una voz le dijo que entrara, que la estaban esperando.   
La soledad. Un hombre permanece sentado en una silla de ruedas con la mirada fija y sin ningún movimiento.   Los enfermeros dicen que no camina,   tampoco  mueve las manos, nunca habla y  solo balbucea cuando necesita algo. 
El hombre está desconectado del mundo. Tiene esquizofrenia catatónica y en Funteman, un refugio para ancianos, es la segunda persona que padece la enfermedad,  señala Enrique Melendez, jefe de enfermería.
El otro paciente es Manuel B. Tiene 68 años y hace 10 le diagnosticaron esquizofrenia paranoide. 
A él no se le conoce familiares y llegó allí de la mano de un sacerdote. 
Debido a la enfermedad, Manuel habla con dificultad; de a poco ha dejado de caminar y ahora solo permanece sentado. Manuel es un hombre tranquilo y sin ningún rasgo de violencia o delirio. Dice que buena parte de su vida la pasó en el campo. Allá tenía amigos y familia, a quienes no recuerda con claridad. 
Manuel vive sus días en la resignación del abandono. Rodeado de la gente de la fundación y de una pena que dice le causa dolor. 
Él sabe que padece esquizofrenia, pero trata de no hacerle caso.   
Hace cinco años más o menos tuvo una crisis, pero aquello, cuenta, le regaló uno de los momentos más memorables de su vida. Fue la primera vez que alguien lo visitaba. Llegaba por las tardes y se iba antes de anochecer. Era su amigo, aunque solo haya sido en su imaginación.  
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