Y ahora el tema de hoy: Recuerdo que hace algunos años vimos una película que trata del robo sistemático a un banco de Buenos Aires por el cajero mayor con rango de gerente. Cada día sacaba de la caja central una importante cantidad de dinero en un bolso deportivo que ocultaba luego en escondrijos recónditos. 

Al cabo de varias semanas, el pillo se presentó a la policía y confesó el robo, añadiendo que el dinero lo había perdido jugando en los casinos. 

Al término del juicio, lo condenaron a cinco años de cárcel, con la posibilidad de rebajar la pena por haber confesado el delito… por propia iniciativa.

¿Qué pasó después? Ah, ¡qué maravilla! Salió en libertad al cumplir dos años de prisión a disfrutar por el resto de su vida de los millones robados… dado a que nadie le exigió la devolución de la plata porque la Ley no contemplaba tal requisito.

He traído al remember esta película por la similitud que encuentro con los atracos del siglo (¿o milenio?) cometidos por la mafia que gobernó nuestra Banana no República durante la última década, mediante una concertada y blindada (hasta ahora) concurrencia de delitos: peculado, cohecho, concusión, asociación ilícita, lavado de activos y delincuencia organizada.

Algunos de los exfuncionarios corruptos están siendo sentenciados. Otros se están entregando “voluntariamente” previa confesión de sus delitos, inclusive, dando nombres de cómplices, encubridores y beneficiarios.

Pero (el infaltable), ninguno, que sepamos, ha devuelto ni ofrece devolver un centavo de los miles de millones de dólares que nos han robado.

Téngase presente, entonces, que es necesario, urgente y obligatoriamente moral y legal que Contraloría, Procuraduría General, la Asamblea Nacional, el Ejecutivo, la Comisión Anticorrupción y el Consejo de Participación Ciudadana, investiguen hasta descubrir en dónde han sido escondidas las platas de los sobornos.

Igualmente las coimas, los chantajes, peajes y comisiones  con el fin de recuperar lo más que se pueda… antes de que las sigan repartiendo entre socios y parientes,  o escondiendo los billetes robados en paraísos fiscales, en techos, cisternas, bajo pisos y en paredes falsas… muy difíciles de detectar, siguiendo el mal (o buen) ejemplo del cajero bancario argentino. (Continuará).