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“Yo le dije que no comprara moto”

Todas las semanas Rocío Alvia arranca la moto en la que murió su hijo para “calentarla”. No quiere que “muera” el motor y no quiere que mueran los recuerdos.

Domingo 20 Agosto 2017 | 05:00

Su hijo, Jonathan Macías,   salió de su casa el domingo 23 de noviembre del 2014 en una motocicleta   plateada, de fabricación china. Llevaba a su hermano a una cancha de fútbol, pero debía regresar enseguida porque su madre, que estaba de cumpleaños, recibiría en la tarde una fiesta sorpresa. 

Ese día, el 23 de noviembre, no hubo celebración. Jonathan no pudo regresar. Había muerto en un accidente de tránsito cuando la moto en la que viajaba perdió pista y chocó contra un poste.  
Jonathan era un joven de 25 años, amante del fútbol y padre de una niña. Tenía los ojos sesgados y pequeños, por lo que en Riberas del Río, el barrio de Manta donde vivía, lo conocían como “El Chino”. 
Dos meses antes de su muerte, su madre le  dijo  que las motos no eran cosa buena. Habían acordado comprar una pasola, pero cuando Jonathan visitó el almacén eligió una motocicleta que usaría para trasladarse al trabajo, una de cilindraje 150, tipo caballito.   
“Lo vi llegar con la moto y no lo creía”, dice Rocío Alvia, de pie en la puerta de su casa. 
“Pero era su deseo. Él dijo que la compró con la idea de venderla si su padre se enfermaba, por eso aún está con nosotros,  por eso  no la hemos vendido ”, expresa.   
La moto permanece en la sala, cubierta con una sábana blanca que la protege del polvo. Al fondo Jonathan sonríe en un retrato de un metro cuadrado colgado en la pared. Su madre asegura que tiene la misma sonrisa de hace tres años. La misma de aquel domingo 23 de noviembre cuando salió en la moto, en la “maldita moto”, decía su madre cuando se enteró de que había muerto.  
    
Un accidente por día. En el hospital Rafael Rodríguez Zambrano saben que antes de que termine el día llegará un motociclista herido.
Generalmente reciben un paciente al día por este tipo de accidentes.
Ocurren al caer la tarde, dicen las enfermeras. De la seis en adelante. Aunque los sábados, cuando la gente sale a beber, la cifra aumenta y pueden haber dos o tres accidentados y tal vez hasta un muerto.  
En los primeros seis meses de este año el hospital ha  registrado 300 heridos y 26  muertos  por accidentes en motocicletas. 
La principal causa del fallecimiento es el  trauma craneoencefálico.  
Se trata de golpes en la cabeza que producen lesiones mortales, señala Víctor Arias, jefe de emergencias  del hospital.
Pero ¿cómo un golpe en la cabeza puede causarte la muerte o dejarte lesiones graves?
El doctor Arias tiene una respuesta simple. 
La mayoría de las personas que se accidentan en motocicletas se lesiona el bulbo raquídeo, una médula situada atrás del cerebro que   controla la respiración. 
Si hay un daño el sistema respiratorio deja de funcionar inmediatamente. Estas lesiones no son recuperables y la persona muere enseguida.  
El médico indica que los accidentes en moto son cosas de todos los días. Y lo dice porque recuerda ver pasar frente a su oficina, en el centro del área de emergencias, a  personas lesionadas, laceradas o con fracturas luego de haber caído de una motocicleta.  
Se acuerda, por ejemplo, del  joven que llegó con la pierna quebrada luego de haber chocado su moto contra un auto, o de aquel que quedó paralítico luego de haberse golpeado un nervio en la columna. Menciona a los amputados: los que pierden brazos o piernas y aquellos que requieren de varias cirugías e injertos de piel para no quedar marcados.
 
Leyes y cascos. Manta es una ciudad de 250 mil habitantes, donde circulan unas 12 mil motocicletas, según Jorge Delgado, líder de la Asociación de Motociclistas de Manta. 
Él señala que el 70 por ciento de estos vehículos, es decir 8.400, es usado para trabajar. 
Del resto no puede dar fe. Hay personas que usan las motos para actos delincuenciales y algunos “se creen malabaristas los fines de semana en la avenida Flavio Reyes  corriendo en una sola llanta”, señala. 
Él cree que el tema de los accidentes en motocicletas es complejo y hay mucho que cambiar en torno aquello. 
Delgado cree que hay que flexibilizar las leyes de tránsito para evitar que los choferes huyan del sitio del accidente. “Los están abandonando en la calle. Huyen porque creen que los van a mandar presos, pero si se quedan pueden salvar la vida del motociclista llevándolo al hospital”, indica.  
Otro aspecto es la seguridad. El dirigente dice que son pocos los conductores que usan el casco homologado, el que cuesta entre 100 y 200 dólares y cuenta con certificados internacionales  de seguridad. 
Vivimos en una ciudad donde la gente busca lo económico, afirma. 
“La mayoría de los cascos que ves en la cabeza de la gente cuestan 20 dólares y se parten al primer contacto con el asfalto”, expresa.
Los accidentes de motos aumentaron en el país en los últimos tres años. Si en el 2013 hubo 5.500 siniestros, en el 2016 subieron a 9.107. 
Según la Organización Mundial de la Salud, la probabilidad de morir en un accidente de motocicleta es mayor en comparación con otro tipo de vehículo. 
Esto debido a las características que presenta este medio de transporte. El conductor o acompañante están completamente expuestos al exterior, sin ninguna protección en caso de que se produzca un choque.
 
Carlos y la moto prestada. En el barrio El Prado de Montecristi todos conocían a  Carlos Ponce.
Lo conocían allí y en la avenida 113 de Manta, donde tenía un taller de motocicletas. 
Y los que no sabían mucho de él, supieron más cuando acudieron a su velatorio. 
Allí su madre, con el rostro desencajado,  se encargaba de contarles cómo era su Carlos.   
Era un buen muchacho, decía, pero le gustaban las motos. Celia describía a un joven trabajador, responsable y cariñoso, padre de dos niñas, con el único defecto de que le gustaban las motos.
Los amigos de Carlos se acercaban a darle el pésame y ella les soltaba un consejo que sonaba como a regaño. “No hagan sufrir a sus madres, dejen de hacer locuras en esas motos”. 
El domingo 25 de junio, Carlos Ponce rodaba por la vía Manta- Rocafuerte en una de las motocicletas que reparaba en su taller. 
Salía de una fiesta e iba acompañado de una chica.  El accidente ocurrió en la madrugada, a la 01h40. El joven murió luego de ser impactado por un auto. Los médicos dijeron que recibió un fuerte golpe en la cabeza. Su acompañante quedó herida.   
Celia recuerda no haber creído la noticia. Incluso cuando estuvo en la morgue miró muy bien el cadáver para asegurarse de que fuera su Carlos. 
Pero allí estaba, tendido en una plancha metálica. 
Allí estaba el muchacho que llegaba por las tardes y hacía “rugir” el motor para avisarle que había llegado. 
Celia intenta no llorar y recuerda cuánto le gustaban las motos a su hijo. 
Cuando cumplió 18, su hermano mayor le regaló una grande, dice, de esas buenas, una Suzuki o algo así. 
Carlos hacía y deshacía con la moto. Corría con escandalosa facilidad hasta que una vez lo vio su madre y le pidió a su hermano que le quitara el vehículo. 
“Él me hizo caso, me dijo que no quería que a su hermano le pasara algo por su culpa. Pero fíjese usted, quién iba a pensar que moriría en una motocicleta”, señala con la voz cansada.  
Ella sabe que algunos amigos de Carlos tienen motos y andan a toda velocidad y  se amarga porque talvez no piensan en el dolor que sentirán sus madres si llegan a morir, expresa. 
Celia prefiere guardarse los lamentos. Prefiere dejarlos   para cuando llega la tarde y le parece escuchar el rugido  de una moto frente al patio de su casa. Cuando se asoma a la ventana pensando que es su Carlos el que ha llegado a verla, aunque sea para decir adiós.  
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