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La casa de los varios frentes, balcones ventanales
La casa de los varios frentes, balcones ventanales
Por: Nancy Vélez

Domingo 28 Mayo 2017 | 04:00

Esa fue la casa donde pasé mi adolescencia, juventud y parte de mi vida adulta; y la que mis padres construyeran con mucho sacrificio, esperanza y sobre todo amor por su familia. Algunos la llamaban la casa grande, otros el barco –por la forma como su silueta se presentaba a lo lejos, cuando estaba iluminada.

Fue lo suficientemente espaciosa para albergar a una familia numerosa. Diseñada y construida bajo la supervisión de un renombrado arquitecto en la época. Equipada con toda la modernidad necesaria. Sobresalía por su ubicación estratégica y su significante volumen. Su presencia destacada servía como punto de referencia y con el tiempo se la llegó a considerar un ícono de mi añorado Chone.
Desde el fatídico 16 de abril de 2016, esa hermosa, altiva y visible casa pasó a ser parte de un recuerdo, una añoranza sin límites. Parte del pasado desgarrador y feroz. De un presente atormentado, punzante, incierto y lastimero. Nos dejó sin futuro, sin resuello ni ilusiones. Con el corazón desgarrado, las lágrimas aflorando, miles de recuerdos deambulando sin cesar y con la memoria divagando sin protestar.
Nuestra bella casa fue visitada por muchos y desconocida por pocos. Sus puertas estuvieron abiertas tanto para el ciudadano común como para gente notable. Recibió a grandes personalidades del ámbito civil, político, religioso militar, educativo, cultural, así como a humildes personajes de la provincia. Celebró festejos y ceremonias de todo tipo. Fue testigo de numerosos momentos felices y desagradables. De dulces encuentros y amargas despedidas. De múltiples emociones: penas, alegrías, llantos, risas, dolores, sufrimientos, desilusiones, frustraciones, logros, fracasos, soledades, abandonos, gozo. De escapadas oportunas e inoportunas. De retornos inesperados. De amores fugaces y duraderos. De afectos y desafectos. De tolerancia e intolerancia. De pesimismo y optimismo. De un innumerable ir y venir de emociones, pero sobre todo de un infinito y constante amor y solidaridad con propios y extraños.
En sus más de cuarenta años también fue testigo de serenatas, fiestas y bailes populares, reinados, desfiles, accidentes, coqueteos, sobresaltos, bromas, broncas, alborozo, discursos y convocatorias exitosas o fracasadas; congregaciones entusiasmadas o enardecidas, caravanas pomposas o no, sepelios multitudinarios e insignificantes… de noches estrelladas y días soleados de inundaciones feroces e inaguantable polvo y de hermosas lunas en todas sus fases.
Ahora la casa grande ya no sobresale, en su lugar hay un espacio vacío. Aunque ya que no quede nada que la identifique nos queda lo más valioso: las preciosas vidas de nuestros seres queridos. Aquellos que sobrevivieron por protección divina y aquellos a quienes el destino los mantuvo alejado de ese lugar ese nefasto día.
A pesar de que el dolor nos embargue y la nostalgia nos acompañe, jamás se esfumarán las vivencias atesoradas ni los recuerdos íntimos coleccionados mientras vivimos y disfrutamos de nuestra querida casa. 
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