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Historia
La leyenda de jempe y yakakua

La tradición oral es también una manifestación cultural de los pueblos, pues destaca sus costumbres e imaginación.

Miércoles 29 Marzo 2017 | 04:00

 Entre los indígenas, como los cañaris y shuar, existen leyendas que forman parte de su imaginario natural. El Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC) publicó el folleto ‘Mitos y leyendas’, en el que recoge tradicionales cuentos de las provincias de Azuay, Cañar y Morona Santiago.

Precisamente en Morona Santiago se genera una, cuyo nombre es ‘Jempe y Yakakua’ y relata cómo dos jóvenes fueron convertidos en aves por su comportamiento. Uno fue premiado y el otro recibió un castigo por parte de Ayumpum, un mitológico ser indígena.
Relato. En Yankus, cantón Limón Indanza, provincia de Morona Santiago, los sabios del pueblo cuentan historias a los jóvenes para que aprendan sobre la vida. En una ocasión escuché lo siguiente:
Ayumpum, ser misterioso, dueño de la guerra, quería tener una huerta. Llamó a los dos jóvenes más fuertes de la comunidad y les dijo:
-Jempe y Yakakua, los he elegido para que me ayuden a trabajar una huerta.
Jempe madrugaba a su trabajo y regresaba antes de las diez. Mientras que Yakakua regresaba muy tarde.
Las mujeres de la comunidad comentaban:
-Yakakua es un gran trabajador, se pasa el día labrando la tierra. En  cambio, Jempe trabaja al apuro, regresa temprano; Yakakua se esfuerza y regresa cansado y muy tarde de su trabajo.
Otra mujer dijo:
-A Yakakua hay que servirle una buena comida, al otro, a Jempe, por ocioso, démosle de beber únicamente agua de pororó.
Las mujeres se reían de Jempe y lo despreciaban.
Llegado Ayumpum mandó a las mujeres a verificar cuánto había trabajado cada uno de los jóvenes. Cuál sería la sorpresa de las mujeres al mirar que mientras Jempe trabajaba concentrado en la tarea y había logrado cultivar más de la mitad de la huerta, el otro, Yakakua, despacio y con pereza, tomaba una piedra del terreno y a manera de juego la hacía rodar en la planicie.
Las mujeres regresaron apresuradas a la casa para contarle lo visto a Ayumpum; para compensar a Jempe, le prepararon un gran banquete que el joven rechazó porque se había indigestado con el agua de pororó que le dieron a beber las mujeres.
Por su buen proceder, Jempe se convirtió de inmediato en un hermoso colibrí, destinado a chupar la miel de las flores.
En cambio, Yakakua no solo que fue el objeto de desprecio de las mujeres, sino que como castigo a su vagancia le cocinaron la sacha pelma y le dieron a comer. Acto seguido, al joven le sobrevino una comezón tan intensa en la garganta y en el cuerpo que no paraba de rascarse y la piel se le puso de color rojo intenso. Entonces se convirtió en un ave de pescuezo rojo muy poco agraciada.
Etsa, que todo lo miraba, disgustado con Yakakua y complacido con la actitud  de Jempe sopló al viento estas palabras:
“El que sepa trabajar será feliz y tendrá lo necesario para su familia; el vago y deshonesto será mal visto por la sociedad”. 
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