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“Tauras”, crónica de un poder
“Tauras”, crónica de un poder
Por: Yuri Hernández Mendoza

Jueves 23 Febrero 2017 | 04:00

No es mi intención hacer comentario alguno en cuanto a la crítica literaria, del excelente trabajo de investigación realizado por renombrados escritores de la vida social cultural de nuestra campiña manabita.

 No es mi especialidad, pero por lo complejo del tema me remito a los libros, en su orden de edición: “Tauras, muertos que están vivos”, de Horacio Hidrovo Peñaherrera; “Palabra y poder en la oralidad montubia”,  de Juan Vergara Alcívar”; los “Tauras, crónicas de una época violenta”. de Ricardo de la Fuente; “Cuando la muerte se vistió de verde”, de Manuel Antón Vélez.  

De esta manera remontarnos a la época que va el año 40 hasta para los años de la década del 60, que la sociología explica en la vida rudimentaria de nuestros pueblos; igual sucedió en los Estados Unidos de Norteamérica, con parecida época de violencia que llenaba páginas de su historia y hasta material para películas western. 
Acá en nuestro país y provincia en estos tiempos del caciquismo fenómeno social, que se expandió en Latinoamérica en la que primaba las luchas políticas, Manabí vivió uno de los episodios más tristes de tragedia y de dolor que conmovió a los habitantes de la región con la aparición de la banda de “Los Tauras”, que los escritores de esta época relatan como la era de la violencia, personajes temibles  y muchas veces auspiciados por los políticos  y caciques locales.
Según Vicenta Zambrano Intriago, en el libro “Palabra y poder” manifiesta que se inicia con un problema doméstico entre dos familias Rivera y Holguín por el comercio y contrabando del aguardiente, que originó crímenes entre miembros de estas dos familias, por lo que los Holguín emigraron a Esmeraldas. Pero las venganzas los hicieron regresar trayendo con ellos a unos personajes de apellido Rengifo para los ajustes de cuenta.
También ingresan dos grupos que integraron la banda de “Los TAURAS”, los Cedeños, los Tuárez y los Vélez, que buscaban dar fin a los Rengifo; y de esta manera se consolida la banda con su primer jefe, Pastor Tuárez, y su aliado Panchito Cedeño. Nadie pronunciaba sus nombres en voz alta por el temor. También hay que agregar otros grupos aliados de Chone, El Carmen y Santo Domingo.
Recorrieron muchos caminos cobrando viejas rencillas, propias y ajenas, ya que fueron involucrados en el poder político de entonces, que se demostró claramente con la participación de los gobernantes de ese entonces, cuando los aciagos momentos de la caída del presidente Velasco Ibarra y la subida al poder del Dr. Carlos Julio Arrosemena Monroy, que precisamente en su gobierno, y ante el clamor de los manabitas, ordenó la intervención del batallón militar Febres Cordero, acantonado en Riobamba, con más de 500 soldados, para que vinieran a eliminar estas bandas delictivas y desoló las huestes de Miguelillo, Bijagual, Pueblo Nuevo, y El Jobo.   
Se requiere un estudio sociológico más profundo en que se contemplen las razones sociales de toda esta insurgencia rural, que sin lugar a duda surge por la desatención de ese entonces de elementales servicios, como la educación, salud y la parcialidad en la administración de la justicia.
“Y Pastor quedó allí, a mitad del camino y de la vida, por la ley de fuga para salvar a los buenos”.
 
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