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Cuando los votos llegaban en burro

La primera vez que Pedro Arce votó tuvo que esperar un mes para saber si su candidato, José María Velasco Ibarra, había ganado la presidencia.

Sábado 18 Febrero 2017 | 04:00

Era 1944. Por esos años, ese era el tiempo que tardaban en conocerse los resultados en Manta. Actualmente es cuestión de horas. 

Velasco Ibarra iba por su segunda presidencia. No había televisión. Los nombres de los ganadores llegaban a la gente a través de viajeros que arribaban de Quito y por la radio, que muy pocos tenían.
En las otras tres elecciones que Velasco Ibarra buscó la presidencia, Pedro no tuvo que esperar un mes para enterarse de los resultados. Estaba seguro de que su candidato iba a ganar. 
“Es que ese señor sólo necesitaba un micrófono y un balcón para ser presidente. Tenía una gran facilidad de palabra y convencimiento”, dice. 
Pedro está sentado en una banca del parque Central de Manta.  
“Allí, en esa esquina, llegó una vez”, indica apuntando a una vivienda ubicada frente al Banco Pichincha.  ”Allí se subió ese flaco y la gente se tonteaba escuchándolo, hasta las gallinas dejaban de cacarear”.
En esos años en el país el voto era algo nuevo. Las reglas aún no estaban claras. 
Pedro, de 86 años, recuerda que los integrantes de algunos partidos políticos llegaban a las casas y ofrecían llevarlos en carros o burros para que sufragaran.
Los votantes colocaban su huella digital en la casilla  del candidato que escogían, agrega Pedro. 
No recibían certificados de votación. Había ley seca, pero eran pocos los que la respetaban. 
Pedro cuenta que en esa época la gente aún no asumía la responsabilidad del sufragio. A nadie le llamaba la atención. 
En buena parte del siglo 19 los presidentes eran elegidos por la Asamblea Constituyente. 
Recién a partir de 1869 se implementó el voto en el país. Pero no todos lo hacían. Sólo sufragaban los hombres mayores de 21 años que sabían leer y escribir, tenían una propiedad y no trabajaban como sirvientes. 
Desde ese año el voto fue obligatorio. Pero no existían mecanismos para hacerlo efectivo. No había ningún control para verificar que cumplieran con esta obligación.
Luego, con la aplicación de la cédula de identidad en 1947, se empezó a llevar un registro de los ciudadanos que podían hacerlo.
Ya en 1978 se adoptó el voto universal. Podían sufragar analfabetos, indígenas y campesinos.
Elecciones conflictivas. Ricardo Quiñónez, un esmeraldeño de 62 años, pasó por parte de ese proceso. 
Pero él no habla de la historia de las urnas. Lo que recuerda es el desorden que había, en ese entonces, en los días previos a las elecciones. 
“Se insultaban los políticos y partidarios. Llenaban las casas de propaganda política y ganaba el que tenía más plata”, expresa. 
Ricardo dice que los resultados no eran inmediatos. 
Había que realizar el conteo de votos y, año tras año, se reducía el tiempo para conocer a los ganadores.
“A veces se tardaban una semana, pero en el entonces Tribunal Electoral era un despelote. Había peleas, sobornos, de todo un poco; un desastre”, indica.  
El Tribunal fue creado en 1944, luego de la denuncia de un fraude en contra de José María Velasco Ibarra.
Carlos Bravo tiene imágenes claras de esa época. 
Recuerda, por ejemplo, a un Velasco Ibarra con gafas y traje oscuro hablándole a la gente desde un balcón. 
A un Jaime Roldós con su oratoria inconfundible. Su rectitud y carisma.  
Dice que antes los candidatos caminaban. Se acercaban a la gente. 
No importaba si ganaban o perdían. Igual los conocías en persona y podías mirarlos a la cara. 
“Antes no había esa vaina de las redes sociales. Ahora eso es un asco. Te calumnian. Destruyen a tu familia. Ventilan porquerías, destruyen la intimidad de la gente”, indica.
Carlos recuerda que en Manta la gente acudía a votar al parque Central. 
Había una mesa con papeletas custodiadas por militares. No había filas ni atrasos. 
Después fueron habilitando colegios para las elecciones. La población creció. 
El sufragio se hacía de manera más ordenada, pero seguían los problemas.  Aparecieron los miembros de la Junta Receptora. Llegaron los sánduches de los partidos políticos, los vigilantes del voto y así llegamos hasta ahora, explica. 
Él tiene 82 años. A pesar de que para las personas de su edad no es una obligación el sufragio, él acude a las urnas.  
Manifiesta que es un derecho ganado al que no va a renunciar. 
Los tiempos electorales han cambiado, pero quiere seguir siendo partícipe de las decisiones del país. De todos modos, para algo le ha de servir el certificado de votación, dice.  
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