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Tradiciòn Oral.
Bruja del monte atemorizaba a orillas del río

La tradición oral se manifiesta de forma espontánea en todos los pueblos. El cuento es una de esas expresiones ancestrales.

Domingo 15 Enero 2017 | 04:00

La cultura montuvia es dueña de muchas historias inspiradas en la mente y experiencia de los abuelos, que compartían con las familias reunidas.

En la actualidad varios investigadores se dedican a recopilar estos relatos con el fin de fortalecer la tradición oral del pueblo montuvio.
Tras una investigación en la parroquia Picoazá de Portoviejo el cuentista manabita Rubén Darío Montero, recopilador de la tradición oral, resalta la leyenda ‘La bruja del monte’:
 
>CUENTO. …Recuerdan que aquel año fue escaso de agua, como ningún otro, no llovió en toda la estación invernal.
Los hombres migraban y creo yo, que los animales del monte con sus crías también. 
En esos días calurosos llegó la noticia hasta el sitio Las Piedras de Picoazá, que de día y de noche se veía deambulando a una bruja del monte por  el cauce seco del río Portoviejo, cogiendo ranas y comiéndoselas, también la veían trepada en árboles, comiendo aquellos caracoles que se pegan en la corteza. 
Los hombres estaban alarmados, decían que la no presencia de agua en el cerro de Hojas y Jaboncillo había hecho bajar a la bruja del monte y al tigre cimarrón, habitantes de estos cerros. 
 
>UN GRAN SUSTO. Cierto día un señor caminaba desde Picoazá hasta Las Piedras, llevando en sus manos una canasta con panes, y  de entre los árboles le salió la bruja del monte, lo atacó y  quitándole la canasta salió corriendo asustado y gritando, que los vecinos le salieron al paso.
Él narró cómo la bruja del monte, con sus manos blancas, uñas largas y sucias, el cabello negro maltratado, con hojas secas en medio de su cabeza, ojos achinados y de unos dos metros de alto, se le puso  frente de él; decía que ella tenía una mirada que daba pena, al parecer quería comer. 
Al pasar los días la veían rondando el caserío de Las Piedras, los vecinos le dejaban comidas que ellos sobraban, en el portal de sus casas, en platos que después recogían vacíos. 
Un día, un señor que vivía en Picoazá, sugirió construir una red bien grande para cazar a la bruja del monte.
Y así ocurrió, en unión con otros picoazos, emprendieron la cacería, ellos argumentaban que la bruja del monte era cosa mala, venida del infierno. 
En ese momento la superstición de los picoazos se hizo ver en su más grande esplendor, porque cazaron a la bruja del monte, que rondaba las casas de Las Piedras. 
Fue tan fácil capturarla, que ella no opuso resistencia, estaba tan habituada a la presencia del humano, que quizás no pensó en la maldad de éste. 
Varios niños fueron los primeros que vieron a la bruja del monte tan cerca, tocaban sus tez blanca,  veían su mirada llena de ternura y ese quejido que al parecer era llanto, le salía de muy dentro. 
Dos días la tuvieron envuelta con aquella red que los picoazos construyeron con la complicidad del vecino de Las Piedras; en el día a pleno sol, con un calor infernal. 
 
>LA VENDIERON. Al tercer día vinieron varias personas de Guayaquil, decían que eran gringos, que compraron  la bruja del monte a los picoazos.
Ellos se la llevaron, decían que para estudiarla. 
Fue la última vez que se vio a una bruja del monte, no así al tigre cimarrón, que muchos años después, se decía que todavía andaba en los cerros.  
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